De autoeditar un libro a exponer y vender arte virtualmente o “rodar” una película con un móvil, ¿está cambiando la tecnología el concepto tradicional de creador? ¿Suman estas herramientas posibilidades? ¿Combaten la precarización, o lo contrario?
Trabajadores en precario
La relación con nuestro entorno determina y condiciona la actividad artística, pero su concepción varía según la época y la interpretación cultural que se hace de ella. La introducción de nuevas tecnologías de información y comunicación en el ámbito cotidiano, la irrupción de internet, las consecuencias de la globalización, el choque entre generaciones, y un proceso de digitalización que está transfiriendo gran parte del legado visual desde su formato físico, están cuestionando las formas tradicionales de gestión, distribución y trabajo con los bienes simbólicos para artistas y creadores. El arte-como cualquier otro proceso cultural-es básicamente un proceso de transmisión, de diálogo continuo, y no está separado de las cosas útiles o de la significación simbólica. Nuestra caja de herramientas, talleres y estudios, no ha parado de incorporar a lo largo de la historia nuevos útiles, técnicas, lenguajes y equipos que buscan dar respuesta a cuestiones recurrentes. La concepción que tiene el artista de la realidad le obliga a crear un espacio de resistencia a un mundo bajo control en condiciones únicas de producción y búsqueda de autonomía.
La relación autor e intérprete debe evolucionar. El rol del artista en la sociedad tiene que cambiar radicalmente, debemos buscar un régimen de autonomía con urgencia
Mientras que la dimensión formal puede verse afectada, la relación autor e intérprete debe evolucionar, el rol del artista en la sociedad tiene que cambiar radicalmente y los artistas debemos buscar un régimen de autonomía urgentemente. En la época del postcapitalismo y la disolución del trabajo, el trabajador de la cultura está afectado por la precariedad. Parece una paradoja que en estos tiempos el sistema se revuelva más que nunca, generando mecanismos de gestión que operan de intermediarios entre los creadores y su contexto social, apropiándose del control de la producción, la distribución y su comercialización. Y digo que parece una paradoja porque disponemos ya de herramientas y tecnologías que eliminarán gradualmente esa necesidad de intermediación. En los noventa, durante la burbuja de Internet, creímos poder tomar las riendas, pero me temo que no supimos leer el código, el verdadero poder del lenguaje, la verdadera herramienta. La reciente fiebre del oro criptográfico y su representación visual en los NFT o la eclosión popular de la cultura viral de los memes ya han cambiado las relaciones de poder dentro de la industria cultural. También hay artistas que están aprendiendo a adaptar códigos y técnicas para que el sistema especulativo del comercio del arte trabaje para ellos, y nuevas condiciones de propiedad predeterminadas generen un retorno automático para el creador desde la primera venta.
El código es ley-dicen los hackers-su conocimiento permite anticiparse, gestionar el sistema, cambiar las relaciones de poder y así emanciparse del actual sistema del mercado del arte antes de que explote. La autonomía del artista pasa por utilizar adecuadamente estas y otras herramientas, abriendo la práctica artística a una economía cooperativa distribuida. Un paso sustancial hacia el reconocimiento y la recompensa de la naturaleza colectiva de toda producción cultural.
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