Salvados de la entropía. La Fundación Helga de Alvear se adentra en la reconstrucción del medio natural

Ángela Molina

El País

Hay señales de alerta y señales de arte, y todas coinciden en una exposición que nunca podrá tener lugar fijo porque, de hecho, está en todos esos espacios naturales, dilatada en los más extremos momentos de extenuación y en sus compañeros víctimas, criaturas con caras de animales que desbordan mar, cielo y tierra para defenderse de los últimos hombres en el mundo. La poética visual de Todas las palabras para decir roca garantiza a esos seres su individualidad y goce hasta el mismo filo de la trampa, donde esperan, disimulados, pirómanos y poceros.

La colectiva que se exhibe en la Fundación Helga de Alvear sólo ha podido ser ideada por un autor orgulloso de sus fuentes. Julián Rodríguez, galerista, escritor y editor nacido en la Extremadura de huertos y campos, sostiene que una de las mayores preocupaciones contemporáneas, la preservación y construcción del medio natural, tiene su ángel salvador en el campo gravitacional del arte. Es de suponer que asistiremos a una nueva era de exposiciones de alto voltaje ecológico, y esta es una de ellas, atrevida, abiertamente didáctica, fecunda aunque vulnerable, como si cada imagen, cada forma orgánica hubiera sido liberada de las garras de la entropía.

La muestra no es simplemente una colección de cromos, como regularmente se ha ido practicando con los fondos de la coleccionista y mecenas alemana. Medio centenar de obras —50 rocas de 33 artistas de primera fila— erupcionan en secuencias y módulos, relaciones orgánicas e intersecciones, representaciones, en fin, dedicadas tanto a hortelanos como a artistas que se empeñan en defender “el espacio que ocupamos y el lugar que habitamos”. En esta arquitectura de la alegría, la patria rural es transnacional y no se atisba en el horizonte ni un solo partido político que la defienda.

La relación entre el paisaje como non-site natural y su continente estético emerge en autores como Robert Smithson, Oliver Boberg, Richard Long o Wolfgang Laib en forma de reenmarcamiento, de conversión de la realidad en una representación de sí misma a partir de la materia prima, un signo en el paraje de un nuevo museo de Historia Natural (Lothar Baumgarten), un código inscrito en un laberinto abierto (Elena Asins) o una exploración que rescata elementos para un sistema de conocimiento (Pedro G. Romero).

Todas las palabras afirman este “real natural”: el luminoso perfil de las colinas (Etel Adnan), la reversibilidad de los árboles (Rodney Graham), su letargo perlado o su caída (Axel Hütte, Julian Rosefeldt), las ruinas románticas (Mark ­Klett, Adolfo Schlosser, Richard ­Bi­llingham), la arquitectura como danza anárquica (Matta-Clark), la madera suspendida entre el material y el proceso (Mitsuo Miura, Schlosser), lo prelingüístico (el Mathias Goeritz de Altamira), el ritual catártico (Joseph Beuys) y la vanitas (Karin Sander). También hay nostalgia y regresión entre los matojos (Álvaro Perdices), en las lenguas de lava (Eva Lootz) y en el vuelo real de una mariposa (Daniel G. Andújar). La delicada Estructura de caja de fósforos de Lygia Clark sugiere un refugio primitivo, el cuerpo esculpido de una roca, con su último detalle anatómico, dentro de una vitrina. Una joya que retiene más y más nuestra mirada.

La música clásica encuentra también aquí su nicho acorazado. Mediante la aplicación Spotify, el público podrá visitar las salas al movimiento de la Pastoral de Beethoven, el Viaje de invierno de Schubert, la Alpina de Strauss o los Murmullos del bosque de Wagner, sinfonías que acompañan al mundo de animales y plantas como una alegoría de la dignidad social.

Todas las palabras para decir roca. Naturaleza y conflicto. Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear. Cáceres. Hasta el 27 de mayo.

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