-Diseminación, estructura, signo y tiempo en la obra de Daniel G. Andújar-

_MG_4279Luis Francisco Pérez. Salonkritik

“Tomar en cuenta este espacio horizontal y secular del espectáculo abigarrado de la sociedad moderna implica que no es adecuada ninguna explicación singular que lo remita a uno de inmediato a un origen único. Y así como no hay simples respuestas dinásticas, no hay formaciones discretas o procesos sociales simples”

Edward S. Said, El mundo, el texto y el crítico.

En dos ocasiones visité la muestra “Sistema Operativo” del artista Daniel G. Andújar (Almoradí, Alicante, 1966), actualmente en el museo Reina Sofía, la primera fue una estupenda visita guiada y comentada por el propio DGA; en la segunda, ya sin las multitudes de la primera visita, me serví del mismo recorrido con el ánimo de confirmar y revalidar las impresiones recibidas, pues entre los muchos argumentos afirmativos que la muestra me había deparado quizás el más intrigante y productivo fuera el sinuoso y complejo recorrido que trazan y estructuran, en singular topografía descriptiva de ciencias humanas y políticas, las dos salas con las que se abre y cierra la exposición. Ese recorrido se inicia con un paisaje, que bien pudiera haber sido escrito y escenificado por Ballard, de destrucción y devastación: la obsolescencia, programada o no, biológica o artificial, del concepto mismo de “última generación”, tan feliz y generosamente utilizado por la seducción publicitaria en una civilización como la actual que de una forma tan inteligente y efectiva ha sabido unir la creación de nuevos inventos informáticos con la conquista de una “felicidad personal”. Lo que esta sala nos muestra es, ciertamente, un inquietante cementerio tecnológico, pero esa intranquilidad y desasosiego que nos depara su contemplación se ramifica en dos consideraciones no menos turbadoras.

La primera consideración nos susurra con voz de ultratumba que lo “muerto” en realidad no lo está, pues tan humana e invencible calificación no sirve para este instrumental quirúrgico, dado que sus propias almas de hardware y software le permiten una humorística y desasosegante resurrección tantas veces como desee el ingeniero o el simple aficionado. La tecnología informática, entonces, se puede decir que admite su propia superación con respecto a una generación anterior (al contrario de los mortales humanos aquí nunca se detiene el “ascensor social”) en una jerarquía de adelanto, eficacia y superación, al poseer la fáustica condición de la deseada inmortalidad, aun siendo esta lógicamente una inmortalidad un tanto ajada y achacosa, pero nunca definitivamente obsoleta o “acabada”, cualidad, bien lo sabemos, propia de los seres que viven y mueren. Se puede decir lo mismo con otro ejemplo: la informática, y sus respectivas almas, son tan inmortales, en cómica paradoja, como el más humilde y miserable de los plásticos.

La segunda consideración vendría a ser una consecuencia lógica (“lógica” en un sentido tan filosófico como doméstico) de lo expuesto en el párrafo anterior. Esta primera sala tan tenebrosa, tan propia de un cementerio de muertos vivientes, en realidad nos está diciendo que nuestra civilización es la primera en la historia de la humanidad que, de una manera tan literal como implacable, “asesina” siempre a quien más debería cuidar y proteger, precisamente a la “última generación”, pues es tan multitudinaria y frecuentada la fila de estas levas o quintas que por fuerza el concepto y significado de “última generación” debe llevar incorporada desde su nacimiento la negra vitola de la obsolescencia, aunque puedan vivir eternamente en siniestros asilos informáticos, o en lúgubres residencias para “memorias” arrinconadas por la agresividad y potencia de nuevos hardware y software, y que sin duda se comportan con la misma entrega y entusiasmo con que Bouvard y Pécuchet se lanzaban a la conquista de sus encantadores inventos. Estos adorables rentistas franceses también sabían y padecían el significado, aún sin conocerlo, de la palabra “obsolescencia”, aunque ellos utilizaran en sus tiempos pre-informáticos el más humano y próximo de “fracaso”.

He hablado hasta ahora de la primera sala de la muestra, tan importante por lo que tiene de guía “existencial-ista”, pero no menos esencial resulta la última, tan inesperada, tan “extraña” en su historicismo cuestionador y afirmativo, tan “de época” y al mismo tiempo tan fiscalizadora del presente, más que estrictamente contemporánea; tan “siglo XX” y tan cambalache. La sala en cuestión a la que me estoy refiriendo lleva el título, tan propio de un programa de “Informe Semanal”, de Guernica, Picasso comunista en el que DGA ha desplegado un perverso mapa de los dispositivos que el poder político (mejor sería hablar de “El poder”, tout court) se sirve para establecer extraños mecanismos de doble visibilidad y doble ocultación. Los informes secretos emitidos por el FBI (y aquí nos alejamos bastante de Bouvard y Pécuchet para acercarnos al mareante ruido de fondo producido por la confusa cháchara de los hermanos Marx) sobre el republicano y comunista Picasso en los tiempos calientes de la guerra fría. Pero lo realmente divertido de estos informes secretos y ya descalificados es que esa información privilegiada no lo era tal cuando fue dada a conocer, pues aparecen infantilmente censuradas frases, líneas, opiniones y sugerencias. Se podría decir de otra manera: lo que se hace público es, en sí mismo, un documento que se muestra en tanto que críptico “objeto de arte” entendible para una pequeña comunidad de iniciados, y con ello la demostración de que el “acceso a la información” en realidad es el “acceso a la ocultación”. Esta última sala es realmente soberbia, (lo son todas), en su deslumbrante discurso historicista y en los barrocos caminos cruzados del arte y la política, en ocasiones de una infantil ingenuidad, en las perversidades mutuas y en las mutuas complicidades. Pero hay algo más en esta sala tan orgullosa y afirmativamente “terminal”, tan didáctica y profesoral, tan informativa de las debilidades y grietas del poder, tan sugerente en la triste consideración de lo que poco que pueden duran los mármoles y bronces con que se viste y adorna toda “información privilegiada”. Ese “algo más”, y muy importante en mi opinión, es que esta “visibilidad oculta” me hace pensar en la “Ley de la Transparencia” tan falsamente esgrimida como triunfo democrático por el actual gobierno del Partido Popular. Es una ley que posee el mismo rango interpretativo de los informes del FBI sobre Picasso: múltiples frases censuradas, líneas ocultas e innumerables “encriptados”.

¿Qué hay, qué puede haber, entre estas dos salas tan poderosas con que se abre y cierra esta extraordinaria muestra? Pues hay todo. Quiero decir: está TODO. Está un concentrado de relaciones e interferencias políticas, sociales y económicas, unidas por el vector de las nuevas tecnologías de la información e internet, así como la capacidad usufructuaria que el arte puede hacer de esta realidad incuestionable, de la cual DGA es pionero en España de estas prácticas artísticas. En este universo (afectivo y sentimental) hay intereses y preocupaciones que voluntariamente se alejan de la cualidad técnico científica que, a priori, controla y domina toda la muestra en tanto que dimensión especular de un escenario social y cultural incuestionable, pero también avasallador en el ofrecimiento de su mercancía, terrible en el violento virtuosísimo de la dependencia que provoca y seductoramente agresivo en la dulce penetración de sus prestaciones. “Sistema Operativo” es una muestra de “hechos artísticos” que utilizan la tecnología informática y sus agentes visuales y reproductores, cierto e innegable, pero esencialmente es un discurso expositivo de un humanismo pre-tecnológico (de mente y corazón) al que su autor ni puede, ni sobre todo quiere renunciar. Para empezar, por la entrañable y muy inteligente contemplación de diferentes apartados o capítulos de la Historia del Arte que de una manera indirecta DGA va punteando a lo largo de toda la muestra. Resulta admirable comprobar cómo en las diferentes salas asistimos a escenografías artísticas diversas. Está el expresionismo rabioso de “Dirigentes”, el decadente tenebrismo mortuorio de “Individual Citizen Republic Project”, el minimalismo repetitivo de “Not Found”, la figuración, o “lo figurativo”, de “Games Killer” o el tratamiento de lo histórico en el ya citado “Guernica-Picasso”, y siempre, siempre, la ironía apropiacionista, santo y seña de gran parte de su obra… trabajos todos ellos que por la lúcida complejidad de su propuesta merecerían un texto individual y singularizado. Por no faltar, no falta ni la disciplina artística de la escultura con la obra “Objetos de deseo”, una de las más humorísticas, ácidas y “berlanguianas” de su carrera, pues el tema tratado sin duda que hubiera interesado mucho al gran Berlanga: la corrupción generalizada y el deseable “Todos a la cárcel”.

Un humanismo artístico, insisto, que tendría su punto de inflexión, o excitación, en el tratamiento de la imagen llevado a cabo por el artista, sea esta imagen fija, móvil, original o falsa, manipulada, real, robada o “hackeada”. Ese método o procedimiento con respecto a la imagen estaría sustentado por la necesidad de “saber leer” la propia falsedad de lo representado, o para saber esencializar o destilar el porcentaje de verdad en la propia figura o “estampa”. Hablar de la “Imagen” nos lleva indefectiblemente a “lo real”, más que a la realidad, o al tratamiento ideológico que lo real se impone a sí mismo como viático para su credibilidad. En “Bienvenidos al desierto de lo real”, Zizek nos dice en una de sus divertidas e inteligentes ocurrencias que “lo real, precisamente porque es real, es decir, a causa de su carácter traumático/excesivo, somos incapaces de integrarlo en lo que experimentamos como nuestra realidad, y por lo tanto nos vemos obligados a experimentarlo como una aparición de pesadilla”. Yo diría que lo peliagudo del asunto es, tal y como ya ha ocurrido en las sociedades del capitalismo avanzado, cuando se interioriza esa pesadilla para interpretarla como una realidad fantástica. Probablemente es en esta fisura, en esta grieta o fractura que surge de lo real y su interpretación ideológica y tecnológica, donde habría que situar el punto más alto y crítico en el discurso artístico de DGA. Y sin duda que ello también es un buen ejemplo de noble humanismo cultural y civilizatorio. O un humanismo inteligentemente disfrazado de una estética geopolítica atravesada por los órganos biónicos de una tecnología informática que siempre aspira a ser más efectiva y funcional que los propios miembros naturales. De ahí, probablemente, la inteligente y vital dimensión artística que la exposición deja entrever (o directamentever) en tanto que diseminación de tiempos, en reorganización de estructuras de diversa, cuando no opuesta, significación, o en la continua alteración y manipulación de lo que podríamos definir como la “semántica del signo”. Mirada con la atención alerta que se merece “Sistema operativo” es como una revisión (despliegue y puesta en funcionamiento) de la propia idea de saber enciclopédico trasladada a la inmaterialidad de la inteligencia artificial, o a la inhumana y prometeica capacidad de una memoria que jamás será devastada y aniquilada por la niebla que todo lo borra y difumina del mal de Alzheimer.

Comisariada por Manuel Borja-Villel “Sistema operativo” es una muestra que sin llegar a ser una “antología”, concepto poco útil para el trabajo de Daniel G. Andújar, reúne alrededor de medio centenar de obras -entendidas estas en su sentido más ampliado y cercano a la investigación- desde la década de los noventa hasta el presente. La exposición como tal es un derroche de medios (o al menos lo parece) puestos al servicio de un artista con un trabajo sensacional. Se puede afirmar que el montaje es uno de los más seductores visualmente de los últimos años en este centro. Bien que así sea, y muy bien que haya sido un artista español el afortunado con una forma tan profesional y respetuosa de trabajar. Esperemos que tan necesaria como inteligente forma de hacer se mantenga y desarrolle en el tiempo con otros artistas españoles de la misma generación, anterior o posterior.

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