Problemas con la infraestructura

Bienal de Venecia
CARLES GUERRA  – 12/08/2009, Culturas, La Vanguardia

Las aportaciones más críticas con la fórmula de la Bienal proceden del pabellón catalán y de los Emiratos Árabes

El mismo lunes que aterrizaba en Venecia, el ministro italiano de Administración pública provocaba al alcalde de la ciudad: “Venezia svenduta e mercificata” (Corriere della Sera,27/ VII/ 2009). El ministro Brunetta, escandalizado por el aspecto de algunos edificios históricos, cargaba así contra Cacciari. Este se defendía al día siguiente: “Non ho i soldi” (Corriere della Sera,28/ VII/ 2009), y explicaba que, si quería restaurar el Palacio de los Dogos no tenía más remedio que envolver el Puente de los Suspiros entre paneles de publicidad. Sin embargo, la multitud fluía como de costumbre. No dejaba de hacerse fotos allí enfrente. El verdadero problema es la proximidad de las elecciones. A las masas de visitantes les da igual un gobierno de centroizquierda que de derechas.

La excentricidad más flagrante de Venecia es su Bienal. Desde 1895 las principales naciones del mundo se dan cita en los Giardini. El puzzle reúne artistas variopintos arropados por un Estado-nación. Ni que decirlo, la ensalada geopolítica ha cambiado con los años. Los mismos pabellones han albergado regímenes autoritarios y democráticos. Pero aunque Venecia se hunda, la Bienal sigue. Esta edición ha sumado las incorporaciones de Abu Dabi y los Emiratos Árabes,con sendos pabellones. Del mismo modo, la Región de Murcia y Catalunya, representada a través del Institut Ramon Llull, han desembarcado en la laguna. Pero Venecia no es la ONU, aunque se concibe de un modo similar. Allí todas las banderas ondean con la fuerza del arte. Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania suelen ser potencias, tanto en lo político como en lo estético.

El resto de países acude a Venecia como el que entra en un casino. Este año, los pabellones de Polonia y las repúblicas Checa y Eslovaca han apostado fuerte. Krzystof Wodiczko y Roman Ondák han realizado las intervenciones más afortunadas. El primero con una videoinstalación que recrea ventanales tras los cuales se mueven inmigrantes venidos de países del Este. Mientras limpian los cristales se oyen sus voces lejanas. El segundo, mucho más radical, ha dejado que la vegetación de los Giardini invada el pabellón. No hay ninguna diferencia entre estar fuera o dentro. El territorio sagrado del arte (o lo que es lo mismo, de la nación) ha sido devorado por las malas hierbas. Entre los arbustos se ha formado un estrecho camino por el que entran y salen los visitantes.

La propuesta de Valentín Roma es un golpe de efecto certero, que traza una geografía crítica e inestable

El vídeo de Dominique Gonzalez-Foerster, en el que confiesa que esta es la quinta vez que ha sido invitada a participar en la Bienal, marca el tono con el que la mayoría de profesionales acuden a este evento. Se resignan a la rutina de la cita. Los críticos ni siquiera han valorado los esfuerzos del director artístico, Daniel Birnbaum. En general, se le ha despachado con un sonoro bostezo. Su conocimiento de la fenomenología no ha impresionado a los gacetilleros. Al contrario, le han reprochado un aire trasnochado. Pero lo cierto es que tanto la exposición central de los Giardini como el Arsenale dan una impresión de coherencia poco habitual. Birnbaum ha trenzado una lista de nombres históricos (Lygia Pape, ÖyvindFahlström, Gordon Matta-Clark, Cildo Meireles, Blinky Palermo, Michelangelo Pistoletto) y jóvenes que recuperan un interés por las cuestiones de la percepción (Simon Starling, Haegue Yang, Falke Pisano, Renata Lucas, Keren Cytter, Bestué-Vives).

Si hay algo de lo que se le pueda acusar es de haber hecho una buena exposición a expensas de pasar por alto la obsolescencia del evento. Las aportaciones más críticas con la fórmula de la Bienal de Venecia se encuentran en el pabellón catalán y en el de los EmiratosÁrabes.Son los únicos que se han tomado en serio la insostenible levedad de la nación-Estado. Antes de hacer nada, había que desmontar esa falacia. La propuesta de Valentín Roma para representar a Catalunya es un golpe de efecto acertado y meditado. En vez de referirse auna vieja nación, vejada y con historia, ha situado la cuestión de lo común en el centro del debate. Para ello ha recurrido a la figura de Blanchot y a los trabajos de Sitesize, Daniel García Andújar y Pedro G. Romero. Estos tres contienen los archivos de lo que, en una terminología propia de la filosofía política, llamaríamos procesos constituyentes. Dicho de otro modo, para el arte, Catalunya no es ninguna garantía. Está por descubrir.

La participación ciudadana en una escala metropolitana, el acceso a la información en la sociedad conexionista y la iconoclastia como fuente de gobierno dibujan una alternativa que se desmarca de los límites del nacionalismo clásico. Al fin y al cabo, Venecia también venera a Sant Jordi. En la plaza San Marco, y junto al león alado, está el santo, de pie sobre un dragón abatido. Nuestra singularidad no se sostiene en la esperanza de que algún día Catalunya alcance la forma de Estado. Eso sería caer en un espectáculo fácil. La Comunitat Inconfessable ya está entre nosotros, existe. Si los políticos se tomaran en serio este pabellón, y no lo vieran sólo como una embajada cultural, caerían en la cuenta de que hoy el arte propone territorios más reales que los de la política.

Los esfuerzos de interpretación colectiva que documentan Joan Vilapuig y Elvira Pujol, las acumulaciones de documentos que conformanPostcapitaly las relaciones excéntricas que a menudo propone el Archivo F. X. trazan una geografía crítica e inestable. El Magazzini del Sale n. 3, muy cerca de la Punta de la Dogana (gentileza de Cacciari), ofrece cantidades inasimilables de información. Nada que ver con las obras de la colección Pinault, tan sólo unos portales más adelante. A pesar de la cercanía, se trata de mundos opuestos. En uno se lee yen el otro se mira. El pabellón catalán sintoniza en mayor medida con el de los Emiratos Árabes,situado en un extremo del Arsenale, a diez minutos en vaporetto.En ambos, aunque sea por motivos muy distintos, se respira la misma desconfianza respecto a una infraestructura centenaria que otros dan por buena.

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