En 1971, en el 90ª aniversario de Picasso, algunos encontraban tan aberrante y amenazadora su mirada como para prenderle fuego
Sábado, 08/06/2019
Cuando yo era niña, la figura de Picasso, entonces ya un anciano, me producía temor. No por la mala prensa que tenía en España donde el franquismo procuraba ignorarle y sus obras, si excepcionalmente se exponían en alguna galería, no encontraban comprador, sino por su mirada penetrante, por esa masculinidad desafiante que practicaba y que a mí, como niña y luego como joven mujer, me resultaba distante e incluso antipática. Su obra en cambio sí me gustaba. Especialmente los amorosos retratos de sus hijos y de sus mujeres me atraían y contradecían lo avasallador de aquella imagen pública.
En mi casa, por supuesto, Pablo Picasso era visto con admiración y reverencia por mis padres, que, siendo antifranquistas, aplaudían no solo su obra, sino su importantísimo compromiso político con la República y su rechazo frontal al régimen de Franco. A diferencia de Dalí, presto a alinearse con cualquiera que le extendiera un cheque y a traicionar a sus amigos si le convenía, Picasso fue un hombre consecuente que ni siquiera cuando se inauguró el Museu Picasso en la ciudad de Barcelona en 1963 pisó España. “No mientras no vuelva la democracia”, había dicho. Lo que no impidió que de manera extraordinariamente generosa donara en repetidas ocasiones obra para el museo. Casi se diría que cuanto más vacío le hacía el régimen y más incómodas se sentían las autoridades con que el genio por excelencia del siglo XX fuera español, pero no pudieran presumir de él, más ganas le entraban a Picasso de que su pintura, sus grabados, sus dibujos, su cerámica, sus esculturas estuvieran bien presentes en su país natal.
El esfuerzo del alcalde Porcioles
Todos estos detalles los aprendo según leo ‘Picasso en el punto de mira’, un libro fascinante que nos habla de la ‘picassofobia’, pero no solo. También enumera la ola de atentados perpetrados contra librerías, editoriales, distribuidoras de libros y otros centros relativos a la cultura y el pensamiento entre 1971 y 1977. Su autora, Nadia Hernández Henche, arranca analizando la relación del oficialismo con Picasso y nos habla del esfuerzo del entonces alcalde de Barcelona, José María de Porcioles, para nadar entre dos aguas y lograr que el museo fuera una realidad. La sola mención de Picasso en determinados contextos era sinónimo de apología del comunismo y se penaba con la cárcel.
Por supuesto, la animadversión del régimen tenía su contrapeso en las iniciativas de la comunidad de artistas, intelectuales, galeristas y de la universidad, donde se prohibieron homenajes como si en lugar de un pintor, estuviéramos hablando de Lenin redivivo. El clima llegó a ser tan tenso que, en otoño de 1971, cuando se conmemoraba su 90 cumpleaños, las iniciativas particulares para reivindicar a Picasso y su obra, fueron atacadas violentamente en Madrid y Barcelona. Hoy nos parece increíble, pero fue real: en aquel país que es el nuestro algunos encontraban tan aberrante y amenazadora la mirada de Picasso como para prenderle fuego.
Como en las novelas de detectives, el libro hace un repaso de los sospechosos de estos atentados y señala a un instigador principal, que no desvelaré para no hacer ‘spoiler’. A pesar de ser un libro académico, el recorrido que propone por aquella España a la vez lejana y cercana, resulta entretenidísimo pues es al fin y al cabo una historia de la vida cotidiana, de usos, costumbres, locales y rincones que las personas corrientes habitamos. De sus páginas se pueden extraer muchas conclusiones como que los artistas siempre se han interesado y han practicado la política, incluso, como Picasso, de alto voltaje, porque entre otras cosas, todo el mundo hace política incluidos los presidentes de los bancos, de las multinacionales, de las empresas tecnológicas, de las energéticas, de las farmacéuticas, de las constructoras… No iban a ser menos los artistas o los escritores. Otra cosa es por qué el poder les tiene tanto miedo y los prefiere calladitos, pero eso queda para otro artículo.
Las investigaciones del FBI
Será interesante ver la muestra ‘En el nombre del padre’ en el Museu Picasso. En ella artistas actuales como Daniel García Andújar interpretan a Picasso. Su pieza, por ejemplo, es un buen complemento para este libro. Se titula ‘Picasso comunista’ y gira sobre las investigaciones que el FBI hizo al artista. Hoy pensamos que es propio de dictaduras que las ideas políticas de los creadores sean vistas con censura o sospecha, pero también ocurre en otros sistemas. En la sociedad española sin ir más lejos hay ocasiones en que opinar no sale gratis. Es uno de esos lastres del franquismo que nos quedaron sin revisar. Por eso, cuando soplan malos vientos para la cultura, tiempos de censura y ataques, vientos que ahora amenazan con volver según qué líderes de la nueva ultraderecha tomen la palabra, hay que prestar mucha atención pues es síntoma de que algo va mal, muy mal como nos recuerda Hernández Henche.
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