El tejido institucional necesita un completo rediseño y un cambio de modelo radical que pueda responder a los retos que enfrentamos.
Barcelona, en silencio…
Ha pasado el verano y enfrentamos ahora un otoño e invierno que se percibe muy duro por los rebrotes y la crisis no resuelta del Covid-19. Las industrias del entretenimiento, la cultura, el ocio, la hostelería y el comercio minorista han sufrido las mayores pérdidas iniciales de empleo e ingresos. Sin olvidar a quienes trabajan al margen del sistema, tres de cada cuatro trabajadores en negro han perdido todos sus ingresos con el Covid-19 –estos representan entre el 11% y el 25% del PIB español. La frágil economía creativa de todo el mundo se está hundiendo a mínimos históricos. Una gran cantidad de trabajadores de la cultura y creadores, muchos de los cuales son trabajadores autónomos o subcontratados, se quedan sin trabajo e ingresos simultáneamente. La incertidumbre es total y universal. Las cuestiones que planteamos en mayo, ante la inminente desescalada y reapertura de museos y otras infraestructuras del sistema del arte, se acumulan sin responder por quienes administran políticamente nuestras ciudades y el Estado. ¿Qué parte de nuestro sistema económico, social y cultural quedará en pie? ¿Cómo será la Barcelona que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debe tomar? ¿Qué alternativas al “modelo Barcelona” plantean nuestros gobernantes, los diferentes partidos y agrupaciones políticas, la sociedad civil? ¿Vale la pena reconstruir un sistema que no nos satisface? ¿Pueden utilizarse de forma más eficiente los recursos? ¿Las infraestructuras que utilizamos y conocemos son necesarias y útiles en este cambio radical de contexto? ¿Qué medidas urgentes se están tomando para tratar de paliar la precariedad en el sector de los trabajadores autónomos de la cultura? Denunciaba, también, la falta de reflexión y debate público sobre un posible cambio de modelo, la indefinición de la administración, la indeterminación de la clase política, la falta de iniciativas y desarrollo de políticas culturales concretas y de un rediseño institucional adecuado en un momento de tanta incertidumbre.
Las actuales carestías se unen a los vicios y la precariedad acumulada desde la última crisis financiera. Aquella crisis no funcionó como catarsis, no regeneró, sino que generó damnificados y fantasmas que todavía habitan por los pasillos de nuestro tejido institucional. Durante los años duros de los recortes el sistema de infraestructuras culturales de este país fue convenciendo a la clase política que era posible asumir la misma capacidad de programación y mantener el mismo espacio expositivo con muchos menos dinero. “Haremos más con menos”, esto se lo oímos a algún que otro director. Esto se hizo por varias vías, estrangulando a proveedores, trabajadores y artistas e implementando un sistema de autofinanciación perverso que ahora se vuelve en contra y será necesario revolucionar. La respuesta institucional entonces fue conservadora y desastrosa, enfrentándose a la crisis explotando endebles colecciones, programando exposiciones enlatadas, estirando el tiempo de las muestras con duraciones desorbitadas. Museos que no coleccionan, que no investigan, ni publican. Centros de arte que no producen, que juegan a ser museos y que por tanto no toman riesgos ni desarrollan al tejido creativo. La financiación y la gestión de la gran mayoría de estos equipamientos están basados en un modelo de concertación o consorcio totalmente obsoleto y poco transparente.
El tejido creativo y los trabajadores terciarios de la cultura está desproporcionadamente afectado. Trabajadores de la cultura, la gran mayoría autónomos o en pequeñas empresas, son relegados de sus trabajos, exprimidos o utilizados para mantener a flote instituciones públicas incapaces de adaptarse a nuevas situaciones. La violación sistemática de los acuerdos adquiridos con la comunidad artística a través del código de buenas prácticas profesionales en las artes visuales por entidades e instituciones dependientes del Icub o la Generalitat se ha convertido en norma. La idea siempre ha sido la de mantener intacto el tejido institucional a expensas de todo lo demás, cuidar la maquinaria, pero sin la provisión de energía necesaria para su funcionamiento a largo plazo. Lo que entonces fue necesario transformar hora es urgente revolucionar.
Llama la atención la absoluta desproporción de las retribuciones de cargos políticos y algunos cargos de dirección institucional en un contexto generalizado de absoluta precariedad en el sector cultural. La consellera Mariàngela Vilallonga cobra 115.517,04 euros frente a los 82.978 euros que cobra el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. Son muchos los cargos políticos en Cataluña que superan el sueldo de los miembros del gobierno de la nación, por ejemplo, el Secretari General de Cultura Francesc Vilaro, con 91.242,40 euros. La consejera de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía, Patricia del Pozo, tiene un sueldo de 68.150, muy cercano al del Conseller de Educación, Cultura y Deporte de la Generalitat Valenciana, Vicent Marzà, con 71.156 euros. Contrasta también la generosidad en los sueldos de algunos cargos directivos. Los honorarios estipulados para la dirección del Macba superan los 100.000 euros brutos anuales en contraste con los 43.850,45 que cobra el siguiente cargo en el escalafón –conservador jefe. Las retribuciones anuales de la nueva directora del IVAM, una institución similar al Macba en tamaño, presupuesto y volumen de colección, ascenderán a 67.615,92 euros. En Barcelona, algunos cargos municipales de dirección artística, contratados como “falso autónomo” y sin exclusividad, superan los 70.000 euros brutos anuales. En contraste, el panorama laboral en el que se encuentran muchos artistas y creadores, así como el personal técnico y auxiliar que participa en el proceso de creación, donde se evidencia la precaria situación de los trabajadores en un sector -el cultural-, donde la norma es temporal y contratos intermitentes, junto con ingresos irregulares y bajos salarios.
Los museos y centros culturales de Barcelona reabrieron a mitad de junio, después de tres meses cerrados, con la esperanza de que el verano compensaría las visitas perdidas. Nada más lejos, ha sido el peor verano. La ausencia de turistas ha producido un descenso del 90% de visitantes, los barceloneses siguen sin acudir a sus museos, nada se ha hecho al respecto. ¿Asumirán las distintas administraciones íntegramente la caída de caja de todas las infraestructuras culturales de la ciudad? Seguimos sin respuestas, y es que no va a ser fácil revertir, de la noche al día, todo un “modelo Barcelona”. En Barcelona gran parte de los equipamientos públicos se concibieron como una maquina de producción de actividades culturales realizadas ex profeso para satisfacer la demanda de la industria cultural y de ocio de una ciudad que apostó claramente por un modelo productivo basado en el turismo, la industria de servicios y la especulación inmobiliaria. No es extraño entonces deducir que Barcelona es una ciudad en la que ideológicamente se ha priorizando el escaparate y no el tejido creativo, que se fija en el movimiento y no en la tracción del sistema que lo permite. Si estamos ante un colapso, redefinición o transformación radical de modelo será muy importante tener en cuenta esto último. Barcelona hace tiempo que atraviesa una crisis sostenida. La ciudad abierta, dinámica, cosmopolita e innovadora, la capital del diseño e industria editorial en castellano, refugio e inspiración de intelectuales, escritores y artistas de finales de los 80 es ahora una ciudad cada vez más encorsetada, predecible, desconfiada, pesimista y con proyectos que presentan signos claros de agotamiento. La ciudad, que estaba mejor posicionada hace cuatro décadas para emerger como el principal centro económico español, ha ido perdido posiciones como referente económico y cultural.
¿Qué mejor momento para experimentar un salto al vacío?
En medio de esta crisis económica y sanitaria la ciudad navega en un mar revuelto institucionalmente hablando. En medio de la tormenta se embarca en un profundo proceso de renovación institucional. Fundació Antoni Tàpies carece de dirección artística. En La Capella se ha producido un vacío no resuelto con la anunciada jubilación del histórico gestor público, Oriol Gual. El Arts Santa Mònica. Centre de la Creativitat, carece de dirección desde hace tiempo sin que la Generalitat se pronuncie. El contrato de dirección artística en La Virreina Centre de la Imatge llega a su fin a finales de este año 2020. El proyecto de Fabra i Coats: Centre d’Art Contemporani de Barcelona i Fàbrica de Creació es cuestionado desde los propios equipos municipales cuando apenas ha podido desplegar su programa. La Fundació Joan Miró hace frente a la mayor crisis de su historia, abriendo sólo los fines de semana. El Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), con presupuesto de mínimos –a finales del 2019 ya había sufrido un tijeretazo por el plan de recortes decretado por el Departament de la Vicepresidència i d’Economia i Hisenda (un 6% para todas las entidades del sector público adscritas o participadas mayoritariamente por la Generalitat) 925.708 euros de un presupuesto de 15.277.034,79 euros. Espera un déficit de 1,5 millones en 2020. En el año 2008 el presupuesto del MNAC era de 20 millones de euros. El Museu d’Art Contemporani de Barcelona MACBA deberá convocar también concurso de dirección al no haberse renovado en el cargo a Ferran Barenblit. Es la enésima crisis de esta institución. Desde su creación hasta la actualidad, el MACBA ha sido dirigido por Daniel Giralt-Miracle (1988- cesado en 1994), Miquel Molins (1995- cesado en 1998), Manuel J. Borja-Villel (1998-2007), Bartomeu Marí (2008- cesado en 2015) y Ferrán Barenblit (20015- no renovado en 2020). Cuatro de los cinco directores del buque insignia del arte contemporáneo de la ciudad han salido de la institución de forma abrupta, cesados, o por no renovación de contrato y sin completar su proyecto. Aunque la crisis más sonada fue la provocada por Bartomeu Marí en 2015. Aquel hecho insólito destapó fallas del modelo institucional público y el funcionamiento no democrático de una institución cultural pública. Instituciones débiles, poco flexibles, encerradas en su propia dinámica interna, con poca empatía con el tejido creativo y el publico de la ciudad, que carecen de unos sistemas de gestión, de control y de evaluación transparentes, democráticos y de calidad.
Como ya pasara durante la anterior crisis, se vuelve a correr el peligro de generar un contexto en el que las instituciones, en vez de renovarse y adaptarse, tiendan a quedarse aletargadas, estirando sus presupuestos hasta llegar a un estadio de congelación institucional como el que ya sufrimos. De momento gran parte de la actividad se ha postergado o retrasado. “No se ha cancelado nada, todo se pospone”– hemos oído decir. En realidad, hay quién lleva meses con todo cancelado, esperando que la maquinaria se ponga en marcha, que lleguen los encargos, que se reanuden las contrataciones, esperando un mail, una llamada… Tampoco todo se pospone, por ejemplo, la Bienal de Pensamiento, un proyecto calcado del Festival Filosofía de Módena impulsado por el profesor Remo Bodei. En Barcelona este proyecto lleva la firma personal del teniente de alcaldía y jefe del Área de Cultura, Educación, Ciencia y Comunidad del Ajuntament de Barcelona, Joan Subirats. Este año se celebrará una segunda edición con el mismo presupuesto que en la primera edición –700.000 euros, muy similar al de Módena. Margaret Atwood y Donna Haraway abrirán online la Bienal, “Todo se grabará y habrá algunos ‘streamings’”. Sinceramente, en un momento en el que es necesario evaluar el compromiso político con la Cultura, este no parece el mejor ejemplo de práctica política –parecen “Buenas Prácticas”, según el manual Ciscar/Blasco ¿Para qué necesitamos proyectos de gestión cultural autónomos e independientes si podemos dirigirlos nosotros mismos desde el Ayuntamiento o la Generalitat? Las élites empresariales, culturales e intelectuales dejan de actuar fuera de las instituciones a luchar por controlarlas ahogando la iniciativa de proyectos profesionales, independientes y de la sociedad civil. Cataluña ha sufrido durante décadas ese efecto pernicioso de “regionalismo burgués”, la vinculación exclusiva entre comunidades en el poder e instituciones capturadas por las élites. Las sociedades anónimas más importantes, los proyectos de mayor envergadura, los grupos de presión económica, los partidos políticos e instituciones sociales, deportivas y culturales de Barcelona han estado controladas desde hace tiempo por un grupo selecto. Son las élites que mueven los hilos, las familias, las instituciones, los tecnócratas, los espacios de sociabilidad y los círculos de poder a la sombra que forman parte del particular “capitalismo familiar” que tanto le gusta a Pujol.
“Somos unos cuatrocientos y siempre somos los mismos”, decía el corrupto “Señor de Barcelona”, Félix Millet, para referirse al grupo de personas que frecuentaban las entidades que conforman el vértice superior de la pirámide civil barcelonesa. Una verdadera oligarquía en torno a una red de estructuras y firmas familiares que aglutinan el poder social y económico en la ciudad desde el siglo XIX. Efectivamente, cinco o seis generaciones después de Joan Güell Ferrer y Antonio López López, la cohesión del poder económico en esta ciudad asombra. La debilidad y la ignorancia de los políticos ante un poder económico e inmobiliario con el que se han establecido demasiadas complicidades ha condicionado la vida, el modelo y el futuro de la ciudad. Ante este panorama no es de es de extrañar la larga tradición de prácticas especulativas y delincuencia económica asociada al urbanismo de la ciudad de Barcelona. Práctica que se extiende especialmente desde el desarrollo del proyecto de las Olimpiadas del 92 y que cada vez más escapan de cualquier control democrático.
Recuerdo cuando los libros blancos de cultura de la ciudad de Barcelona asumían la doctrina según la cual la cultura y la creatividad son uno de los tres sectores clave (junto con la ciencia y la tecnología, así como los negocios y la administración) que impulsan la cohesión social y el grado de confianza interpersonal ayudando a desarrollar fuerzas comunitarias y sociales con una capacidad ilimitada para tender puentes entre sí. Son muchas las ciudades europeas y gobiernos con proyectos y medidas de recuperación que asumen que cualquier financiación adicional para infraestructuras y ayudas para la recuperación deben incluir a artistas, organizaciones artísticas o culturales y creativos de manera similar como lo hacen para otras áreas económicas y sociales afectadas. Hay que luchar contra la incapacidad del pensamiento de los políticos de entender qué significaría contribuir a la compleja ecología cultural.
Cualquier reconstrucción potencial, a cualquier escala, debe tener esto en cuenta. La pandemia solo ha iluminado lo que ya estaba mal. Y ha revelado la falta de respaldo por parte del Estado para muchos sectores de la sociedad que viven en los límites del mercado o directamente al margen del mismo. La incertidumbre es total, las preguntas se acumulan, pero las certezas deben convertirse en la convicción de que, si algo ya no funciona, no debemos repetir los fracasos del pasado y cambiar lo que ya sabemos que no funciona. La reflexión sobre el cambio de modelo es prácticamente impagable y se da ante la indefinición de la administración, la indeterminación de la clase política y un escaso (miserable) apoyo del Estado. El tejido institucional necesita un completo rediseño y un cambio de modelo radical que pueda responder a los retos a los que nos enfrentamos. Hay que hacer entender la necesidad de que la intervención del Estado es fundamental para asegurar la responsabilidad por el sector de la Cultura. Es necesario una redirección urgente del gasto público que en lugar de servir para desarrollar las funciones sociales que el mercado no va a atender está buscando estimular la economía de la precariedad en el nivel más bajo posible. Puede que estemos ante una oportunidad única de cambio profundo, dada lo coyuntura. Esperemos que el silencio imperante sea una pausa temporal del pensamiento reflexivo y que pronto nos sorprendan con propuestas de procesos culturales emancipadores. Insisto, sería interesante oír la voz de nuestros dirigentes políticos para ver como afrontan esta situación sin precedentes, cuales son sus propuestas de asistencia urgente y sus recetas para una pronta recuperación.
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