‘la herencia inmaterial’ repasa los ochenta y noventa. MACBA

‘la herencia inmaterial’ repasa los ochenta y noventa

El renacimiento del MACBA (y del museo de arte contemporáneo)

Peio H. Riaño. El Confidencial
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Los museos y el arte contemporáneo también necesitaban cumplir con la Transición, treinta años después de haberla iniciado. En el empeño por construir un mercado y unas infraestructuras museísticas que lo legitimaran, estas últimas acumularon obra de aquella era volcánica con la libertad a flor de piel. Tres instituciones emergieron para preservar la evolución del arte de nuestros días: el IVAM, el Museo Reina Sofía y el MACBA. Tres décadas más tarde, la efervescencia lúbrica ha quedado envejecida por discursos al margen de los artistas y del público, y centrados en sí mismos y en sus ideas. Para entendernos, casas de citas donde la endogamia es la protagonista.

Hoy podemos alegrarnos de la derrota del monstruo. El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), después de palidecer hasta la transparencia en la última década, retoma la energía que le vinculó a lo humano y lo urbano en sus orígenes y apuesta por una fórmula de contar las últimas décadas de las artes con concreción, claridad y pedagogía. Parece una receta obvia, tanto como insólita.

El MACBA retoma la energía que le vinculó a lo humano y lo urbano en sus orígenes y apuesta por una fórmula de contar las últimas décadas de las artes con concreción, claridad y pedagogía
La puesta en escena de esta refundación del proyecto del que hablamos es La herencia inmaterial, un ensayo del arte de los setenta, ochenta y noventa desde los fondos de la colección del museo. De la mano de Valentín Roma y la colaboración de Julián Rodríguez, Víctor Lenore y Antònia M. Perelló, el montaje recupera la idea de la “microhistoria”, para analizar lo inadvertido y olvidar las efemérides.

Por eso la Historia ha sido la primera expulsada de los seis ámbitos temáticos en los que se articula: Lo sagrado y lo popular; La calle, el mapa; El cuerpo y su reverso; Políticas de ficción; Autobiografía y tautología; Lo intangible. “Queremos que la gente vuelva al MACBA”, dice Roma, al que tenemos que citar como “el comisario”, aunque una de las cualidades de la propuesta es restar protagonismo a los que reescriben la Historia, para devolvérsela a quienes la hicieron y quienes la observan.

¿Cómo han logrado que el arte y todo lo que toca el museo no huela a muerto?
Roma habla sobre la importancia de la investigación, de la sofisticación a la hora de enseñar, de la urgencia con la que se debe salir del asfixiante marco de la Historia del Arte y sus reglas de taxidermia. “Lejos del mortuorio”, dice el responsable de la revolución, junto con sus colaboradores.

¿Cómo han logrado que el arte y todo lo que toca el museo no huela a muerto? Haciendo pop: han recuperado la obra de los artistas y se han traído el ambiente (intelectual) en el que crearon. En las salas, la presencia de la literatura –con las ediciones de la época, clavadas a las paredes- y de la música –con auriculares y una sala final que supone un hito en la historia de la museografía de este país- rompe el aislamiento de las prácticas artísticas para normalizarlo, humanizarlo.

El fuelle crítico

“Continuaremos con esta línea de trabajo de exposiciones más pequeñas y muy específicas, combinadas con otras más grandes, pero sin perder el fuelle crítico de las actividad”, explica Roma sobre las intenciones de la programación para los próximos tres años. Por supuesto, de la necesidad han hecho virtud. “Debemos repensar los límites del arte sin olvidar los límites económicos. Ahora vemos las cosas desde una perspectiva diferente a como la veíamos antes”. Se refiere al final de los proyectos faraónicos y el origen de la escala humana y la humildad. Quizá sea el primer paso para que la política se olvide del arte y sus soportes como una herramienta de propaganda.

“Las instituciones no deben perder de vista la dimensión artesanal, deben apostar por la calidad de los acabados, por proyectos muy específicos, por olvidarse de la soberbia del comisario”, añade como si escribiera una carta de principios al paso. “Más trabajo, menos teorización”. Lo importante no es la erudición –aunque no se haya abandonado, no es el filtro, sino el fondo-, “el museo demandaba gestos de apertura al público, campos semánticos que inviten a la pedagogía sin aburrir”.

El recorrido escapa –lo que puede- de la exclusividad barcelonesa y la cuota catalana, para revisar la escena andaluza y la escena madrileña
El recorrido escapa –lo que puede- de la exclusividad barcelonesa y la cuota catalana, para revisar la escena andaluza y la escena madrileña, junto con importantes registros internacionales. Así es como el nuevo relato historiográfico pretende recuperar a los protagonistas de las generaciones invisibles al mercado y, por contagio, al museo. No están ni Barceló, ni Tàpies, ni Pijoan, y la pintura está representada tanto en sus márgenes más arriesgados, como en la actitud pictórica en otras disciplinas (como el cine o la literatura). Roma explica a este periódico que de Barceló no hay piezas representativas en la colección para formar parte del discurso que buscan.

Sí hay una declaración de intenciones, tras otra. Juntar Martillo (1977), de Manolo Quejido, con Pintar es fácil (1989), de Muntadas, es toda una propuesta desmitificadora de lo que es y debe ser la pintura. En ese sentido, sobre los límites plásticos y de representación, la obra de Richard Artschwager, Corner Piece (1992), es el mejor cierre de los posibles… con permiso de Pols (1991), de Ignasi Aballí. No hemos mencionado otra de las notables virtudes de la muestra: un diseño limpio y pulcro, que destaca las piezas por encima de los estilos y las cronologías, que respeta el blanco y la mirada sosegada. Un ejercicio de contención.

‘Mi pathos doy’ (1981-1992), de Carlos Pazos.’Mi pathos doy’ (1981-1992), de Carlos Pazos.Pero para descaro y provocación, la esquina reservada a un conjunto de piezas de Brossa, relacionadas con la producción poética de Nicanor Parra, así como de Rogelio López Cuenca. “Es un anticipo de la muestra que el museo dedicará a Brossa, en 2017”. También Sandro Chia, con Troglodite Erudite (1987), y Antonio Beneyto, con Nina Hagen (1982), cumplen con el tono sardónico de toda la muestra. Aunque para agudeza, La chuleta (1991) de Isidoro Valcárcel Medina, donde a lo largo de casi un metro (y cinco centímetros de ancho) explica lo que debe consistir la radicalidad de la práctica artística, “la idea de arte como praxis vital”. Potencia universal, en artilugio escolar.

Y llegamos a Lo intangible, la sala en la que Víctor Lenore, colaborador de este periódico, ha analizado en cinco epígrafes las sinergias musicales de aquellos años. “No es la banda sonora de esta exposición”, repite una y otra vez Valentín Roma. “Es una investigación más”. Música no es la patata frita de guarnición del solomillo. Las listas de canciones y documentos se reúnen bajo La democratización de la fiesta; Crónicas de barrio; La Movida; La chusma tenía razón; y Aislamiento indie. Al fin la música, adiós a la impoluta caja blanca de arte moribundo.

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