El pabellón catalán se presenta como “la comunitat inconfessable”

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Los venecianos reciben estos días extrañas cartas que hablan de amor y de dinero  |  El pabellón catalán topa con el flamante estreno de la colección Pinault

Teresa Sesé | Venecia. Enviada especial | 04/06/2009 | Actualizada a las 03:31h | Cultura

Desde hace unos días, los venecianos han comenzado a recibir en sus casas extrañas cartas que hablan de amor y de dinero. Reproches afectivos y notificaciones de pago. Deseos torpemente confesados y reflexiones imprevistas. Los remitentes son conciudadanos a los que ni siquiera conocen (¿se habrán equivocado?), pero que, curiosamente, si se fijan bien, ven que en lugar de sellos han estampado en los sobres minúsculas fotografías de sus casas. Vaya. Ahora sí, la cosa resulta rara, cuando no inquietante. Y tal vez nunca lleguen a saberlo, pero en realidad detrás de este intento por establecer una comunicación secreta entre los habitantes de la Laguna se encuentra el espíritu inquieto y explorador del artista Pedro G. Romero, uno de los participantes en el pabellón catalán de la Bienal de Venecia, que bajo el título La comunitat inconfessable abre el domingo.

Ayer, jornada dedicada a la prensa internacional, el pabellón catalán se encontró con dura competencia. Situado en el 3 de Magazzini del Sale, en el popular barrio de Dorsoduro, justo al lado la Fundación Vedova, presentaba una espectacular instalación de Renzo Piano; la colección Pinault se mostraba ya en su nueva sede de una Punta de la Dogana rodeada como nunca de lujosos yates. Pese a ello, o tal vez precisamente por ello, no cesaron las visitas a lo largo de todo el día. Pero también por eso mismo resultaba chocante la austeridad formal, la densidad sin concesiones, de las propuestas del ya citado Pedro G. Romero, Daniel G. Andújar y el colectivo Sitesize, formado por Elvira Pujol y Joan Vila-Puig. Valentín Roma, el comisario, paseaba satisfecho, dando los últimos toques (faltaba por decidir si en los textos explicativos se añadía el catalán a los ya existentes en inglés e italiano), y recordaba que desde el inicio del proyecto ha estado presente la idea de la comunidad, “algo que ha ocupado a grandes pensadores del siglo XX y que es la gran pregunta del siglo XXI: ¿hacia dónde vamos comunitariamente?” Vistos los trabajos, más que hacia dónde vamos, de lo que hablan los artistas catalanes aquí en Venecia es de dónde venimos, de nuestra memoria reciente.

El pabellón, un antiguo almacén de sal que conserva los muros de ladrillo y vigas de madera en el techo, ocupa mil metros cuadrados. Ya en la puerta, se tiene la sensación de estar entrando en una gran biblioteca, estanterías en las que, en lugar de libros, cuelgan vídeos: las Narraciones metropolitanas de Sitesize. Son como micromiradas nada complacientes a una Barcelona periférica, ya sea Baricentro, el primer centro comercial que se abrió en España, en 1980, y donde Joan Amades había situado justo allí una de las puertas del infierno; el barrio de la Mina o Sant Adrià de Besòs; algunos incluso en primera persona, como el que construye Manuel Sánchez Verdún (1932-2003), que desde que llegó caminando desde Antequera fue testigo directo de las grandes transformaciones en los alrededores del río Ripio, en Sabadell. En un segundo ámbito, Sitesize muestra procesos de trabajo que han realizado en torno a las pedagogías libertarias de comienzos del siglo pasado.

Avanzando unos pasos hacia delante se encuentra el Archivo Postcapital de Daniel G. Andújar, proyecto multimedia formado por 250.000 documentos capturados en internet (vídeos, libros, fotografías, películas…) que recogen “ese agujero negro histórico que va desde la caída del muro de Berlín, en 1989, al atentado de las Torres Gemelas en el 2001”. Andújar, poniendo el dedo sobre la llaga de la propiedad intelectual, los pone a disposición del público, que se puede bajar todo el material que desee y llevárselo en un pen drive.Pero no se limita a ello. “Como artista – dice-renuncio a crear nuevas imágenes, pero sí me interesa mostrar el reverso de las ya existentes para que la gente pueda manejarse en ese caos”.

Y, en ese sentido, resulta sencillamente espléndido Timeline,un collage de imágenes procedentes del mundo de los medios de comunicación y la publicidad (Aznar travestido en el Che, Lego minimizando el 11-S: “Lo reconstruiremos”) a través de los cuales Daniel G. Andújar conforma un nuevo relato de la historia pleno de sugerentes metáforas.

El mural se sitúa en un andamio, bajo el cual pueden visionarse vídeos sobre la violencia, la real y la de los videojuegos, las fronteras – “hoy ya no son para separar, como fue el muro de Berlín, sino para contener, como en Tijuana”, señala el artista-o la reproducción de una conversación banal entre las esposas de Reagan y Gorbachov en 1985.

Y ya al final, tras un decorado concebido expresamente a la manera de esas exposiciones didácticas típicas de los museos de historia, Pedro G. Romero expone algunos de sus trabajos, como el Archivo F. X. sobre la iconoclastia antisacramental en España, bajo la luz de un fluorescente. Y, en la línea de uno de sus trabajos más recientes, Economía zero,cuenta cómo en la Catalunya republicana más de un centenar de municipios catalanes aprovecharon la emisión de monedas para borrar de sus topónimos alusiones a la Iglesia o a cuestiones religiosas (Sant Llorenç Savall pasó a ser Ripio del Vallès; Sant Joan de les Abadesses se convirtió en Puig-Alt de Ter, y por el mismo procedimiento Sant Joan Despí fue El Pi de Llobregat).

Pedro G. regala reproducciones de la moneda de la Cooperativa Mútua Católica de Manlleu, a la que se le borró mecánicamente la palabra “católica”, y, además de la ya citada Correspondencia,muestra otra pieza que tampoco se ve, pero se escucha – y es una delicia-basada, precisamente, en El mercader de Venecia.

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