La pintura reina en una edición cautelosa que mira al mercado y deja atrás las obras excitantes o peligrosas
El mundo está alborotado pero el negocio del arte sigue su marcha. Pese al implacable bombardeo de Israel sobre Palestina, la guerra de Rusia contra Ucrania, el empeoramiento de las crisis ecológicas en todo el mundo o la amenaza de la ultraderecha, Arco, la feria de arte contemporáneo de Madrid que este miércoles ha abierto sus puertas a profesionales y coleccionistas (a partir del viernes lo hará al público en general), parece una burbuja segura y predecible, inmune a lo que pasa en el exterior.
El tenista derrotado sobre la cancha de césped del dúo Elmgreen & Dragsetl nos recuerda al pasar por delante del estand de Helga de Albear que el mundo sigue siendo un lugar que se divide entre vencedores y vencidos. Y la manada de lobos de cera de Bekhbaatar Enkhtu que merodean por la galería Pedro Cera no auguran nada bueno. Pero el arte político que había hecho estragos en otras ocasiones se ha esfumado como por arte de magia. En su lugar, todo es calma y consuelo en buena parte de las pinturas, desde monocromas abstractas hasta figurativas de colores estridentes, que llenan los pabellones de Ifema.
Cuesta encontrar artistas que se metan en el fango de la masacre de Palestina. Eugenio Merino, cuya voz llega este año hasta Carabanchel con su conmovedora instalación de un García Lorca dentro de una fosa, expone en ADN dos suelas de zapatos en las que ha grabado el mapa de Gaza. Se llama Pisoteando derechos . Y Francesc Torres, en T20, titula un collage Israel y Palestina sin hablar de Israel y Palestin a . Jugando con letras y gafas quemadas, se lee: “3 de los otros, 2 de los nuestros”. También parece haber desaparecido el fantasma de Ucrania, cuya guerra estalló precisamente en plena celebración de Arco. Hoy apenas encuentra eco más allá de la galería Voloshyn, donde el artista Danylo Halkin ha recuperado tres vitrales de los que se colocaban en los edificios públicos durante la ocupación soviética y los contrapone a una pintura donde muestra su estado actual, sin vida, fatalmente ennegrecidos.
Pero hay mucho más que ver en una feria abrumadora en la que participan 205 galerías de 36 países, La jornada Vip está llena de coleccionistas adinerados. Más de 350 coleccionistas corretean por los pasillos por invitación de Ifema, con la ventaja de que, como reconocía la directora de la feria, Maribel López, a muchos de ellos, sobre todo los latinoamericanos, ya no hay que pagarles la estancia porque son casi madrileños, residentes en el barrio de Salamanca. Dejándose llevar por la corriente, se puede llegar hasta el Caribe, que este año es protagonista de Arco en una sección comisariada por Sara Hermann y Carla Acevedo-Yates en la que nada tiene que ver con las aguas turquesas de postal. “No hay un Caribe, sino muchos, y son espacios de intercambio y de constante inestabilidad y turbulencia”, afirman.
Para empezar a navegar, la cubana Quisqueya Henríquez afincada en República Dominicana nos invita a un helado hecho con agua del mar Caribe, salado y de un azul intenso, como el de la Playa de Caletas, el último lugar que ven los inmigrantes cuando parten en avión. A su lado, Noe Martínez registra una performance en la que revive el trauma de la trata de indígenas, no solo por parte de los colonizadores europeos sino también entre México y el Caribe. Historias dolorosas que, desde Helga de Alvear, Santiago Sierra recuerda en pequeñas estampas donde el escudo español está dibujado con sangre de antiguos colonos de ultramar (600 euros cada una).
Todo aquí está en venta y hay precios deslumbrantes. Joan Miró vuelve a situarse a la cabeza de los más cotizados con Peinture , una de las 27 obras sobre masonita que realizó después de que estallara la Guerra Civil a modo de exorcismo, de las que solo quedan dos en España, en la Fundació Miró y en el Thyssen. Se vende en la galería de Leandro Navarro por 3,3 millones de euros. Hay un Picasso en la galería Guillermo de Osma por 2,5 millones y en Mayoral, se puede comprar por 1,2 millones Hierro en el temblor , la escultura de Chillida premiada en la Bienal de Venecia de 1958. Y por supuesto magníficos Tàpies, como la última mesa que pintó y no ha estado antes en el mercado, Gran taula (2008), en la nueva galería fruto de la alianza entre Prats y Nogueras Blanchard (950.000), o el de finales de los 80 que se exhibe en Lelong por el mismo precio.
Después de que cayeran en desgracia, los NFT han pasado a mejor vida y la IA se adentra más como un elemento de reflexión que un fin en si mismo a través de artistas como Daniel G Andújar y Joan Fontcuberta (el primero recupera especies botánicas extinguidas, el segundo se inventa otras inexistentes, ambos en Àngels Barcelona). Volverán a encontrarse en T20, donde Andújar elabora unas listas de palabras prohibidas (ha recopilado unas 300) que las aplicaciones de inteligencia artificial generativa clasifican como inapropiados, impidiendo la creación de representaciones visuales con elementos de violencia extrema, lesiones gráficas o escenas inquietantes. “¿Habría podido Goya concebir obras como Los desastres de la guerra o Los disparates bajo esas premisas?”, deja en el aire la pregunta.
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