Diario Información
GUILLERMINA PERALES
LUGAR sala altamira del mua
fechas 7 de noviembre de 2008 al 15 de diciembre de 2009
El vídeo se ha convertido en un medio idóneo para la expresión de muchos artistas. Desde su inclusión, en los años sesenta y setenta, en las performances, en objetos escultóricos e instalaciones artísticas, a los trabajos que actualmente están intrínsecamente vinculados al soporte en vídeo y que no forman parte de otra obra sino que reivindican este medio, de hecho no se podrían haber filmado en película ni concretado en una obra plástica. A lo largo de los años, ha ido evolucionando, gracias a una actitud crítica que investiga los procesos de elaboración de la imagen, la relación con el lenguaje, la música o los sonidos, y nuestros procesos de comprensión y percepción, en este formato en el que no estamos ante una sucesión de imágenes, de fotogramas, como en una película, sino ante un proceso de transformación permanente, en el que con los medios digitales se puede trabajar el píxel de manera individual para eliminarlo o transformarlo.
En cualquiera de sus modalidades, el vídeo nos proporciona ante todo la mirada del artista frente a la imagen en movimiento. De una manera mucho más directa que en la televisión o el cine, el trabajo en vídeo se desarrolla en un campo de interactuación entre el artista y la cámara de vídeo. La reproducción inmediata en el monitor del material grabado le permite modificar en todo momento el desarrollo de la acción, la aparición de objetos, el punto de visión, el ritmo, la intervención o no de sí mismo en la pantalla. El concepto de “interactividad” es el más apropiado para intentar describir la relación que el artista establece con el medio, y el espectador recibe esta información de manera directa, no como en el cine en el que hay un proyecto previo y un proceso de transformación posterior mucho más complejo de composición. En este diálogo directo, la acción del artista a través del ojo de la cámara adquiere una nueva identidad estética. En las últimas décadas, ha habido una estrecha colaboración entre los videoartistas y los técnicos de la industria de los medios, en la que se ha potenciado el aspecto visual, llegándose a no distinguir un producto comercial de otro artístico. La inclusión de la estética del videoclip, con una mayor sofisticación, la revolución de la imagen de los videojuegos, la animación digital, han abierto este medio a múltiples posibilidades de expresión, desde la experimentación gráfica a la interactuación con el espectador.
Entre los vídeos que se presentan en la sala Altamira, quizá el de Daniel García Andujar sea el más convincente en cuanto al desarrollo de estas técnicas digitales, con las que intenta un ritmo más ágil con un collage entre el videojuego de guerra, la imagen real, o de internet y una banda sonora muy presente. Las otras dos propuestas son un poco más duras, bajo un concepto más experimental pero menos técnico. En general no asumen una profesionalidad que plantee lo que significa una imagen y sobre todo una visión, un discurso, que se trasmita con un impacto suficiente para mantener al espectador atento, interesado, durante un tiempo razonable o hasta el final de la reproducción.
El video es un medio lo suficientemente acabado como para poseer elementos de complejidad y de seducción. Puede trasmitir una estética, unas connotaciones historicistas, un pensamiento filosófico, político, económico, puede producir toda una serie de imágenes que nos remitan a la necesidad de conocer nuestro devenir en la historia, aunque vaya a la contra de unas convenciones tan asumidas por nuestra cultura visual. No cabe duda de que la experimentación artística tiene un gran riesgo que te puede llevar a experiencias fallidas. El arte tiene eso, el riesgo de enfrentarse a problemas que hay que resolver durante el proceso creativo. Pero estas propuestas caen en proyectos ensimismados cuando no obsesivos que difícilmente conectan con el espectador. En el caso de Javier Codesal con largas secuencias e imágenes que podemos ver en cualquier video familiar, y que difícilmente pueden mover a una reflexión estética más allá de lo cotidiano. Álex Francés llega a forzar la visión de una misma imagen hasta conseguir la repulsión en el espectador. A estas alturas no podemos caer en el absurdo de creer que sólo por provocar una reacción se está haciendo arte, pues esta reflexión de situarse a la contra es congénita en el individuo. Lo que podría ser una imagen potente, la visión de un hombre colgado en horizontal desde tres correas que sujetan su cuerpo y lo obligan a permanecer en tensión para mantenerse recto, que puede producir la sensación de la tortura, como un Cristo del s. XX, llega a saturar nuestra percepción y no produce más reflexión que la del rechazo por exceso de metraje y por su pretendida visión antiestética y redundante hasta el paroxismo.
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