El precio del Arte

artecontexto

Daniel G Andújar

LOS DERECHOS DE LOS ARTISTAS
Artecontexto Número 12
Invierno 2006

El tema de los Derechos de Autor se ha convertido últimamente en motivo de polémica y discusión recurrente. Por un lado, las actuales tecnologías de información y comunicación, han generado una nueva realidad social en medio de la cual se desenvuelven tanto situaciones previas como nuevos escenarios. Lo que no podemos dudar es que estas transformaciones han puesto en crisis los modelos de distribución y gestión cultural dominante. La sociedades tienen mecanismos suficientes para adaptarse a sus propios procesos de cambio, pero no podemos evitar preguntarnos si el aparato dogmático y legislativo vigente está preparado para afrontar estos cambios. Por otro lado, la reciente presión que las entidades de gestión de derechos colectivos de autor realizan sobre nuestros legisladores, para que nuevas leyes sobre la propiedad intelectual garanticen sus intereses, ha intensificado aún más el debate y la discusión en torno a esta cuestión. Los especialistas en uno y otro sentido surgen como los tertulianos en los programas del corazón, y por supuesto siempre aparecen quienes súbitamente se suben a uno u otro carro con el único propósito de sacar rédito de la situación. No estamos hablando de una moda pasajera, nos estamos refiriendo directamente a una confrontación abierta entre quienes controlan y defienden la industria del ocio, el gran negocio de la cultura, y quienes reclaman una revisión urgente del sistema imperante y una reformulación de la noción de propiedad intelectual en un nuevo contexto de ‘cultura libre’.

El enfrentamiento ha comenzado, las huellas aparecen por doquier y su rastro se difunde sin control por un sistema cada vez más complejo desde el que es difícil identificar el centro y la periferia, el emisor y el receptor, el medio y el mensaje.
Todavía no hemos llegado a asimilar los primeros estadios de la era digital, aún se están redefiniendo territorios de actuación, cuando vemos cómo surgen las primeras tensiones entre distintas realidades que tienden a no entenderse. La brecha digital, el enfrentamiento generacional, está generando grandes desafíos entre distintas formas de trabajar, de entender y gestionar la información, de negociar, comerciar, relacionarse y, en definitiva, de vivir y entender el mundo que nos rodea. Las generaciones de “adultos analógicos” intentan imponer un modo de vida, un sistema educativo, un sistema jerárquico, unas instituciones y unas normas de convivencia que los “nativos digitales” no alcanzan a comprender. Los recién llegados a estos nuevos entornos, quienes no ha migrado al nuevo sistema, educados con modelos tradicionales absolutamente obsoletos, y en entornos radicalmente diferentes, comienzan a tener enormes dificultades para comprender la realidad y utilidad de un mundo que todavía han de vivir por mucho tiempo. Unos ostentan el poder y gestionan la realidad, los otros simplemente intentan construir una propia obviando, en mayor parte, las reglas de la anterior.  Los modelos están en continua definición, en consecuencia, que cada cual tire de su parte de la cuerda, ya veremos por dónde se rompe.

Los pulsos dentro del sector artístico son más que evidentes llegada la hora de tomar posiciones. Los jóvenes aspirantes al limbo de las artes se han lanzado sin protección alguna a disfrutar de las promesas de una aldea global sin lindes ni alambradas, seducidos por su natural idealismo, cargados de la razón que les proporciona el creer que entienden el mundo que están viviendo, sin embargo, carecen del más elemental pragmatismo. Algunos colectivos de artistas de forma cooperativa y legítima tratan de resolver el difícil dilema irresuelto de poder vivir de su trabajo, sin caer en la cuenta de que en este proceso de búsqueda de un modelo adecuado han pretendido sublimar el fruto de su trabajo sobre el del resto de la sociedad. La aportación de un artista a la sociedad no es más valiosa que la de un científico, un docente, un ingeniero, cualquier profesional o la propia Administración Pública. La actual legislación que están apoyando plantea casos tan absurdos, como, por poner u ejemplo entre mucho, el de la recaudación por parte de dichas entidades que los representan de más de 150.000 € en concepto de compensación por copia privada sobre los CD-R en los que se han grabado las distribuciones de Software Libre impulsadas por las diferentes Comunidades Autónomas (que cualquier ciudadano se puede descargar libremente por Internet). El precio de crearlas, el dinero que han cobrado quienes han realizado ese trabajo, no ha llegado ni a 100.000 €. La defensa de la propiedad intelectual o de los derechos legítimos de los artistas no se puede confundir con un impuesto o tributo que grava y perjudica el desarrollo económico, social y cultural, sino como incentivo para impulsar un proceso cultural colectivo al servicio de la sociedad. El conflicto de intereses que plantea este modelo está servido y la radicalización de posturas es aprovechada muy oportunamente por quienes dirigen la parte más visible y mediática de las instituciones artísticas públicas y privadas de este país. Quienes gestionan el entramado de las industrias culturales y los directores de instituciones culturales han abandonado hace décadas los procesos de generación de nuevos contenidos y la producción cultural. La institución arte ha sido absorbida como un mecanismo más de los procesos de producción de servicios, es parte activa de los procesos de turistización y participa en la compleja readaptación de las infraestructuras de la nueva ciudad.  La incapacidad para acertar con el método colectivo que diera dignidad al trabajo del artista ha sido aprovechado por los gestores de estos espacios de visibilidad para proclamar que “la obra de arte no puede ser considerada mercancía” (cuando la cuestión de los artistas siempre fue “de que comen los artistas”, especialmente los que no hacen rotondas, decoran aeropuertos, fundaciones, oficinas y plazas públicas, desarrollan imágenes corporativas, viven de rentas, conviven con el poder político de turno, etc. ), la mercancía es el público, ya lo sabemos. La pura realidad es que los museos, en gran medida, no aceptan pagar a las sociedades de gestión, ni asumen su responsabilidad publica en la gestión y administración activa de la producción artística, ni incentivan el desarrollo de práctica artística contemporánea alguna. En este rifirrafe que cada cual saque sus propias conclusiones, ¿quién está chuleando a quién? La defensa legítima de la propiedad intelectual no debe de constituir un obstáculo para la libre circulación y el desarrollo de las ideas y de las creaciones. La cultura es una construcción colectiva, es decir, de todos.

¿y dónde se sitúa uno mismo? Sin duda, entre quienes opinan que algunas leyes puestas en marcha por nuestros gobernantes en la nueva Ley de Propiedad Intelectual, como el derecho de copia privada, reducido ahora a la mínima expresión, son anacrónicas para la era de Internet, y también entre quienes entendemos que las actuales regulaciones suponen un verdadero lastre para la creación, el acceso a la información y la difusión del conocimiento. Asimismo, está uno entre los perdedores, entre los ilegales. Y es que la actual legislación ha situado la base de producción de muchos artistas completamente al margen de la ley. Ahora ya no estoy hablando de ideas, de transformaciones de orden conceptual, estamos hablando de lo que dice el Congreso de los Diputados del Reino de España cuando aprueba un texto legal con más de 300 votos a favor y con el amplio consenso de todas las fuerzas parlamentarias. Hablamos de lo que dice muy claro el BOE, negro sobre blanco, y hablamos de que cuando las leyes entran en vigor, los jueces acostumbran a aplicarlas y no nos servirá de atenuante una brillante introducción al arte del Siglo XX que incluya desde el collage hasta el objet trouvé pasando por el apropiacionismo. ¿Qué opción nos queda?  La práctica artística tal y como yo la entiendo debe de convertirse en una muestra de la “resistencia” a un modelo que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones cada vez más difuso y globalizado.

Afortunadamente la práctica del arte no se circunscribe solamente a la parcela institucional y de mercado, puede y debe encontrar, o sino inventarlos,  nuevos territorios desde  los que desarrollar nuevas propuestas. El Arte, como cualquier otro proceso cultural, es básicamente un proceso de transmisión, de transferencia, de dialogo continuo,  permanente y necesario, pero no lo olvidemos, también es trasgresión, ruptura, ironía, parodia, apropiación, usurpación, confrontación, investigación, exploración, interrogación… contestación. Y todo esto es difícil de legislar, afortunadamente. En cualquier caso no estamos solos, no estamos ante un debate localizado en un ámbito geográfico y político específico. ¿Qué debate de orden colectivo lo es ya?

En el pasado las entidades de gestión hicieron de intermediarias entre los que creaban y los que tenían los medios para producir, distribuir y comercializar, pero las nuevas tecnologías de información y comunicación están eliminado paulatinamente la necesidad de esa gestión, de la intermediación en esos términos. En el caso de la industria musical es algo claro y meridiano y no es un proceso aislado.

Las razones para entender y asimilar todos estos fenómenos son complejas y variadas, pero sin duda entender los nuevos modelos de organización del trabajo y de flujos de información puede ayudar a minimizar el proceso. La sociedad en red se rige por una serie de comportamientos que en algunos casos son extraordinariamente novedosos. Un cierto orden jerárquico se establece a través de una especie de meritocracia, una responsabilidad de índole social impulsada por la necesidad de aportar algo valioso a la comunidad, a otros usuarios, existiendo un afán por ser reconocido públicamente por ello. Este tipo de actitudes han permitido el desarrollo, a nivel global, de distintos movimientos a favor del desarrollo de nuevas formas de innovación y de creación colectiva, así como a favor de compartir libremente el conocimiento adquirido y los derechos de su uso. Es un proceso complejo y global de cooperación y desarrollo que constantemente suma participantes e intereses. Son formas de organización del trabajo que se afirman como más productivas y tremendamente capaces de orientar la innovación hacia un objetivo de interés comunitario. La cooperación social desvela su poder de innovación y creación, entendida como el mejor modo de apoyar un modelo que permite la distribución y expansión de los contenidos para participantes, usuarios y audiencia. El arte tiene una función también política que necesita de posicionamientos éticos, no todo va a ser estética. Dentro del sector artístico a quienes siguen modelos y prácticas exclusivamente mercantiles e institucionales, seguramente, todo esto puede parecerles irrelevante, pero deben de aprender a aceptar que están anclados en modelos tradicionales radicalmente diferentes a los que se están imponiendo. Deben de entender que el espacio digital no surgió simplemente como un medio que permite la comunicación, también surgió como un nuevo teatro para todo tipo de operaciones. Y este es claramente un espacio disputado cuyos intereses ven amenazados sus viejas jerarquías.

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