Sra. Gili,
Le escribo con pesar, con indignación, pero sobre todo con la urgente necesidad de no dejar en silencio lo ocurrido el pasado 23 de mayo en el Espai Caldes.
Me desplacé a Andorra con toda la ilusión del mundo. Acudí para acompañar a un equipo entregado, para respaldar un proyecto valiente y para defender aquello que muchos llevamos décadas defendiendo con nuestro trabajo: la libertad de expresión como pilar irrenunciable de toda sociedad democrática.
Lo que encontré fue una escena que, aunque ya vivida antes, nunca deja de doler: una intervención política en directo, sin diálogo, sin respeto, sin la menor comprensión del valor y la fragilidad de un proceso cultural colectivo. Usted decidió retirar una portada de Charlie Hebdo en pleno acto de inauguración de La censura es la comisaria (de esta exposición) organizada por el Museu de l’Art Prohibit. Minutos después, la muestra fue clausurada. No fue un gesto simbólico ni una decisión menor.
Lo que sentí fue frustración, impotencia, rabia. Porque no se trató solo de una imagen retirada, sino de la desautorización pública del comisario Carles Guerra, del desprecio hacia un proyecto, unos artistas y a muchas personas implicadas en el proyecto —incluido el público— y, especialmente, de la humillación a la que sometió al equipo del Espai Caldes: profesionales comprometidas, serias, entusiastas, que hasta ese momento defendían con orgullo una exposición que dignificaba el lugar donde trabajaban.
Su intervención destruyó ese espacio. No solo censuró una imagen: quebró la confianza entre las instituciones culturales y el poder político.
Su decisión no fue valiente: fue cobarde. No fue prudente: fue destructiva. No fue protección: fue censura. Ese daño, señora Gili, no es reversible. Pero al menos debería ser reparado.
Como sabrá, la portada que usted censuró se había expuesto en Andorra en dos ocasiones anteriores: en 2015, apenas cuatro meses después del atentado, durante el Salón del Cómic; y en 2016, en una exposición organizada con el apoyo de la embajada francesa, que rendía homenaje precisamente a la libertad de expresión. Su argumento de “seguridad” no se sostiene. Y cuando un argumento no se sostiene, lo que queda es la responsabilidad.
Por eso le pido, con total claridad, que rectifique y pida disculpas públicas: a Carles Guerra, al equipo del Espai Caldes, a los artistas y a todas las personas que hicieron posible esta exposición y especialmente al público que fue privado de ella.
Un proyecto así no se improvisa. Nace del trabajo paciente y colectivo de muchas personas que creen que el arte no debe callar, que lo incómodo no debe esconderse, que la democracia no puede limitarse a un eslogan de campaña.
Usted no protegió a nadie. Lo que hizo fue bloquear una conversación pública, debilitar una institución cultural y transmitir un mensaje gravísimo: que el poder puede decidir, en nombre de la prudencia, qué imágenes se pueden o no mostrar.
No. No puede. Y no debe.
Los artistas no necesitamos complacencia. Pero sí exigimos respeto. Las instituciones culturales necesitan garantías para ejercer su trabajo con independencia. Lo ocurrido no solo nos afecta a quienes estuvimos implicados en esta exposición: es un aviso de lo que puede volver a suceder si no se trazan límites claros a la injerencia política.
Como artista, no necesito que me entienda. Pero sí le exijo que respete el trabajo y el derecho de quienes hemos hecho de la cultura una forma de compromiso con la sociedad. El silencio, en este caso, no es una opción. Porque lo que está en juego no es solo una exposición: es la posibilidad misma de que existan otras en el futuro.
Atentamente,
Daniel G. Andújar
Artista visual
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