En la era del ARTISTA ARTIFICIAL


Vanity Fair (Spain)
2 Dec 2025


La IA es una herramienta como cualquier otra, y su uso razonable no tiene por qué desvirtuar el trabajo de nadie. Dudo que vaya a suplantar al autor o a cargarse milenios de tradición artística, pero no hemos terminado de apreciar la medida de su potencial.

Por Ianko López


ADMITO QUE SUELO PEDIR a la inteligencia artificial que escriba mis artículos y columnas de opinión. Le indico el tema principal y los secundarios, las principales líneas de argumentación y unos pocos parámetros elementales, y a ver qué sale. “En el estilo de Ianko López”, especifico también porque, como aseguró Bukowski, el estilo es la respuesta a todo, el estilo es la diferencia. Los resultados no han sido muy alentadores: me temo que la IA demuestra bastante manga ancha para la cursilería, el tópico y el silogismo pintón pero vacío. Quisiera pensar que ese no es en absoluto mi estilo, aunque supongo que es cuestión de opiniones. Si alguna vez sucede que la respuesta de la IA me parece aceptable en un primer vistazo, la segunda lectura, más atenta, siempre contradice ese juicio inicial. Quién sabe, puede que en unos años estos chats generen escritos que no me diera vergüenza firmar y enviar a mis editores. De momento, estamos bastante lejos de eso.
A base de observación, también creo haber desarrollado la habilidad de detectar qué artículos publicados por otras personas sí provienen de un algoritmo digital. Tengo mi clasificación particular que distingue los columnistas que son usuarios habituales de la IA y los que no. Cierto tipo de manierismos semánticos, cierta tendencia al cortapega, resultan bastante delatores. De todos modos, quiero dejar claro que no veo nada deshonroso en ello.


La IA es una herramienta como otra cualquiera, y su uso razonable no tiene por qué desvirtuar el trabajo de nadie. Suele decirse que es una copiona, pero en realidad lo que hace no es tanto plagiar como combinar materiales preexistentes, práctica que ya estaba más que instalada entre la prensa antes de la llegada del algoritmo a nuestras vidas. Para que exista plagio hace falta la intención de plagiar, y pretender que el resultado pase por ser de autoría propia. Cuando lo que la inteligencia artificial encarna, más que ninguna otra cosa, es la disolución definitiva de la autoría. ¿No querías muerte del autor, Roland Barthes? ¿No la reclamabais, amigos postestructuralistas? Pues aquí la tenéis, con su acta de defunción firmada por certificado digital. Por otro lado, conozco humanos infinitamente más copiones que la IA. Hace muy poco, una periodista nada artificial calcó un artículo mío con total descaro, incluidos algunos fragmentos de una entrevista exclusiva. “Declaró recientemente”, escribía la articulista, como si tales declaraciones hubieran llegado hasta ella transportadas por una ráfaga de viento otoñal. Ningún algoritmo se atrevería a sugerir algo así.


Somos los humanos quienes debemos responsabilizarnos de los contenidos que firmamos, y también los únicos que podemos aportar a nuestras creaciones algo de vida o, por decirlo en términos esotéricos —sin ser yo nada de eso—, algo de alma, que es una forma de llamar al reflejo de la experiencia personal, a una visión propia sobre el mundo. Lo que nos lleva hasta 1984, la novela distópica de George Orwell que ya es un lugar común citar por cómo anticipó, entre otras cosas, la posverdad, la hipervigilancia y la ubicuidad de las pantallas en el mundo actual. Una de sus principales protagonistas, Julia, trabaja como supervisora editorial de las novelas que produce una máquina para ser consumidas por una sociedad adocenada; me parece probable que ese trabajo llegue a existir de verdad en un futuro cercano, y no descartaría que ya esté entre nosotros, de tapadillo. En uno de los mejores momentos del libro, el otro protagonista, Winston, escucha a través de su ventana cómo una mujer que tiende ropa en el patio canta una insulsa canción cuya letra y melodía han sido también compuestas por un ordenador, pero lo hace con tal sentimiento que encarna toda la esperanza que puede caber en tiempos de oscuridad. Ese sentimiento, esa alma, es lo que se echa de menos en numerosos libros, películas y otros productos culturales que nos llegan cada semana, y que si no los ha hecho la IA lo parece, cosa que tendría aún más delito.


Donde la IA parece haber encontrado un terreno más fértil es en la creación artística. Muchos artistas han empezado a incorporarla a sus prácticas, y algunos la han convertido en su principal herramienta creativa. Es el caso de autores como Refik Anadol —no soy un entusiasta de sus espectaculares instalaciones audiovisuales, pero ha conseguido llegar con ellas a algunos de los museos de arte contemporáneo más importantes del mundo—, Sougwen Chung, Hassan Ragab, Anna Ridler o el colectivo francés Obvious, una de cuyas pinturas se convirtió en 2018 en la primera obra de arte creada con IA vendida en una casa de subastas. Christie’s remató en 432.500 dólares un retrato de una persona inexistente, tan borroso como sus propias intenciones. Algo más de interés que todos ellos tiene, en mi opinión, el trabajo del artista alemán Mario Klingemann, que pone de relieve las limitaciones, las posibilidades y los peligros de la inteligencia artificial con bastante agudeza: una de sus obras, que posee la madrileña colección Solo, es un reclinatorio en el que el espectador debe arrodillarse para obtener en una gran pantalla negra un mensaje personalizado, que por supuesto realiza la inteligencia artificial.

LA IA PARECE HABER ENCONTRADO un terreno más fértil en la creación artística. MUCHOS ARTISTAS HAN EMPEZADO a incorporarla a sus prácticas


Con ella, Klingemann habla de la búsqueda de significado, a veces desesperada, en la que se embarca el ser humano, que lo mismo puede llevarle a la religión que a un algoritmo alojado en unos remotos servidores. Aunque no me ha sorprendido saber que hay quien utiliza ChatGPT como si fuera un psicólogo, sí me parece que hay algo profundamente inquietante en esta tendencia, que Klingemann ya ponía sobre la mesa hace cinco años en esa pieza, llamada Appropriate response (“Respuesta apropiada”), no sin ironía.


En nuestro país, uno de los artistas que ha utilizado la IA con resultados más estimulantes es Daniel García Andújar. Su serie Old Fake News se compone de un conjunto de falsas fotos documentales de revoluciones ficticias emprendidas por mujeres, para las que además se inventa una narrativa completa. Las preocupaciones orwellianas reaparecen en la obra de García Andújar para recordarnos que solo la visión crítica nos protege contra la mentira disfrazada de verdad que con demasiada frecuencia nos ofrecen los algoritmos y las nuevas tecnologías.

Cuando APARECIÓ la FOTOGRAFÍA y algunos empezaron a reivindicarla como un medio artístico LEGÍTIMO, ya se registraron críticas FEROCES



Quizá haya quien, al leer esto, piense que nos encontramos ante una burbuja artística similar a la de los NFT, que pasó de desatar una locura colectiva con precios absurdos para unas obras de calidad más que discutible a desplomarse por las simas de la irrelevancia sin solución de continuidad. Pero hay algo muy importante que diferencia ambos fenómenos: mientras que los NFT no son una herramienta creativa sino un medio para certificar la propiedad sobre un determinado activo, la inteligencia artificial sí puede aplicarse como una herramienta a la producción artística con propósitos expresivos. No es muy distinta, por tanto, de una brocha, un cincel o una cámara de fotos. Y casi todos los avances técnicos han generado formas nuevas de arte, pero también suspicacias. Conviene recordar que en el siglo XIX, cuando apareció la fotografía y algunos autores empezaron a reivindicarla como un medio artístico legítimo, ya se registraron críticas feroces. Hubo apocalípticos que aseguraban que aquello significaría el fin de la pintura después de tantos siglos de noble práctica. “Si se permite que la fotografía complemente el arte en algunas de sus funciones, pronto lo habrá suplantado o corrompido por completo”, escribió Baudelaire en su Salon de 1859. Y ya ven, hoy nadie en su sano juicio discutiría que una foto de Nan Goldin o de Cindy Sherman sea una fabulosa obra de arte; en cuanto a la pintura, cualquier visita a una de las grandes ferias internacionales demuestra que, al menos para el mercado, goza de mejor salud que nunca. Tiendo a pensar que lo mismo ocurrirá con la inteligencia artificial: dudo mucho que vaya a suplantar al autor o a cargarse milenios de tradición artística, pero a cambio aún no hemos terminado de apreciar la auténtica medida de su potencial.


Por cierto, que David Cronenberg, cineasta que lleva décadas obsesionado con la interacción física entre los humanos y las máquinas, ha adoptado en sus dos últimas películas, Crímenes del futuro y Los sudarios, un rumbo distinto dentro de este mismo recorrido. Ahora Cronenberg parece desconfiar de la posibilidad de que una inteligencia artificial pueda reemplazar la experiencia corpórea de habitar el mundo. “El cuerpo es la realidad”, ha concluido. Y así será, al menos hasta nueva orden.


Article Name:En la era del ARTISTA ARTIFICIAL
Publication:Vanity Fair (Spain)

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