Palacio Barcelona

L’exposició ‘Fabular paisatges’, presentada en el marc del projecte Museu Habitat, al Palau Victòria Eugènia de Barcelona. Francesc Melcion

Una cosa deja clara Fabular Paisatges: Barcelona necesita un centro de arte vivo, ahora. Es una reclamación sostenida de artistas, curadores, profesionales de la cultura y sus públicos desde hace tres décadas: un espacio estable, público y ágil para crear y exhibir el presente. No hablamos de un icono más del escaparate turístico, sino de una infraestructura que sitúe la producción —y el acceso a la producción artística— en el centro. En todo este tiempo, pese a la alerta temprana de la AAVC, la ciudad ha encadenado intentos truncados: la breve etapa del Santa Mònica como centro de programación al estilo Kunsthalle, el intento en el Canòdrom, bienales y ferias que se desvanecen. El balance es nítido: precariedad estructural, programas discontinuos y temporadas brillantes seguidas de largos silencios.

La etiqueta importa poco. Llámese o no Kunsthalle, la ciudad necesita un centro de programación intensiva sin colección permanente, con gestión ligera y cooperativa, capaz de vertebrar el ecosistema entre artistas, las fábricas de creación (Hangar, Fabra i Coats, La Escocesa…), los espacios alternativos y los públicos. Un lugar donde la producción sea visible, donde la exhibición suceda como diálogo y donde la mediación y la educación formen parte integral del proceso, no un añadido. En definitiva, un puente real entre creación, investigación, ensayo y presentación pública.

La urgencia no es estética, es económica y estructural. Cuando hay instituciones que apenas pueden destinar el 10% de su presupuesto a exposiciones y actividades, aflora el desequilibrio entre continente y contenido. Si aspiramos a resultados distintos, es vital reordenar prioridades: menos gasto fijo en infraestructura; más recursos para residencias, producciones, honorarios dignos, mediación y asistencia técnica. Menos escaparate, más sentido. Un centro con estas características puede operar con presupuestos sostenibles y multiplicar el impacto cultural y social por euro invertido, mejorando además las condiciones laborales de quienes sostienen la vida artística de la ciudad.

Cuando existen instituciones que apenas pueden destinar el 10% del presupuesto a exposiciones y actividades, aflora el desequilibrio entre continente y contenido

En este contexto, el Palau Victòria Eugènia aparece como evidencia material y oportunidad histórica. Participo, junto a otras y otros colegas, en Fabular Paisatges, episodio en curso de Museu Habitat, y puedo afirmar que la activación del espacio demuestra, en la práctica, que con una inversión sostenible puede operar como el centro de creación contemporánea que Barcelona necesita. Que esta renovación institucional se articule precisamente en un edificio nacido para una Exposición colonial‑industrial subraya su potencia simbólica: el Palau, habitado de forma crítica, creativa y colectiva, revela su función en la ciudad.

La exposición, como no podía ser de otro modo, ha sido muy debatida. Ya se trataba de eso, de generar debate y de que se discuta el sentido de nuestras instituciones artísticas.  Pero, más allá del inmovilismo cómodo de aquellos que creen que todo está bien, que Catalunya tiene grandes instituciones que solo necesitan más recursos, y ya está, me sorprende que alguno haya sostenido que el Palau es y cito “un edificio muy feo”. El Palau —inicialmente llamado del Arte Moderno— reúne condiciones singulares: una nave monumental y versátil (en torno a 14.000 m² útiles), gran altura, luz cenital y configuración espacial flexible que admite instalaciones, performance, audiovisual, archivo vivo y trabajo en proceso. Lo esencial es que ya existe y puede activarse con rapidez, sin grandes obras ni sobrecostes y de forma sostenible, para convertirse en un centro de arte vivo de escala metropolitana.

Las grandes capitales culturales se fortalecen con la tensión entre la memoria patrimonial y la producción crítica

Para que funcione, la forma importa tanto como el contenido. Propongo una gobernanza tripartita e inclusiva —administraciones, comunidad artística y sociedad civil— con presencia real de colectivos históricamente excluidos (migrantes, racializados, LGTBIQ+, personas con diversidad funcional). Una dirección curatorial elegida por concurso internacional y obligada a rendir cuentas; líneas programáticas definidas con participación efectiva de contexto; y un edificio entendido como espacio‑proceso: producción visible, exhibición dialógica, mediación constante. En accesibilidad: mediación multilingüe, alfabetización visual en barrios y franjas de gratuidad. En evaluación: indicadores que midan diversidad de públicos, proyectos producidos, satisfacción de artistas y público, retorno social, no solo conteo de visitantes.

Esta propuesta no compite con el MNAC ni le resta funciones: lo complementa. Las grandes capitales culturales se fortalecen con la tensión entre memoria patrimonial y producción crítica. En Barcelona, Montjuïc puede consolidarse como un distrito cultural donde el museo de colección conviva con un centro de arte vivo. Esa coexistencia no necesita apoyarse en la explotación turística: promueve relatos complejos, públicos diversos y economías de proximidad. El diálogo que hoy abre Fabular Paisatges muestra cómo releer el pasado activa nuevas formas de producir futuro.

También es el momento —precisamente ahora, con polémicas y debate abierto— de que los artistas alcemos la voz y fijemos posición en la conversación pública. Para defender reivindicaciones históricas: presupuestos orientados a actividad y honorarios dignos; espacios de producción y presentación en condiciones; y una gobernanza participativa y transparente. La discusión sobre modelos culturales no es ruido: es una cuestión de derechos culturales y de proyecto de ciudad.

La comunidad artística de Barcelona lleva años reclamando espacio. Hoy hay un edificio idóneo, un contexto propicio y voluntad acumulada. Necesitamos una decisión política que salde esta deuda con los artistas y con la ciudadanía. El Palau está listo. Menos icono, más proceso; menos espectáculo, más tejido.

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