¿Y ahora qué? (notas para una desescalada)
¿Reiniciar? ¿volver a la “normalidad”? ¿la nueva o la antigua? ¿hacer lo mismo de siempre…?
Estamos viviendo una distopía que me temo no será ni breve ni transitoria. Hay mucha incertidumbre, se habla ya de un cambio de paradigma, de una nueva era. Un inesperado virus ha provocando la mayor pandemia que recordamos y las consecuencias son devastadoras. Ha confinado a la humanidad, segado cientos de miles de vidas y está cambiado la forma en que vamos a vivir. El orden mundial, que se nos decía que era imposible de cambiar, se tambalea. Estamos ante en un gran reto generacional de dimensiones globales, también en el ámbito de la cultura. En estos días de apresurado desconfinamiento, oigo hablar de reiniciar, volver a la “normalidad” o ir a una “nueva normalidad”, o reanudar nuestras vidas donde las dejamos.
La desestabilización, el aislamiento social con graves limitaciones de movimiento, la hiperconectividad de nuestras vigiladas cápsulas de confort, la suspensión del funcionamiento habitual de las condiciones de vida y de trabajo de muchos y en muchas regiones, está acelerando algunos procesos derivados de la globalización, el postcapitalismo y la digitalización puestos en marcha desde hace décadas. Incluso procesos ideológicos que estaban latentes en nuestra sociedad. Deberemos de cambiar radicalmente, creo que el cambio está ya operando en nuestras cabezas, evidenciando por un lado nuestra fragilidad y por otro la necesaria prioridad de lo público. Hemos aprendido que nuestro extraordinario avance científico y técnico no puede protegernos, en todo caso puede vigilarnos con mayor eficiencia. Debemos reorganizar totalmente el sistema económico, político y social. ¿Pero cómo? El vacío es enorme. El ruido ensordecedor. No todos vamos en el mismo barco. El mapa está borroso. No hay capitán. Es el momento de parar un instante, aprender a remar juntos y buscar una nueva dirección.
¿Los museos se reinventan?
¿Qué parte de nuestro sistema social, político y cultural quedará en pie? ¿Cómo será la Barcelona que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debemos tomar? ¿Qué alternativas al “modelo Barcelona” plantean nuestros gobernantes, los diferentes partidos y agrupaciones políticas o la sociedad civil? Nadie contaba con el actual colapso, pero, una vez asumido el primer impacto, la cuestión es si estamos ante un cambio radical, ante una oportunidad de cambio, o por el contrario trataremos de apuntalar el actual modelo e intentar volver donde lo dejamos ¿sería esto último posible? La incertidumbre es total, las cuestiones se acumulan, pero las certezas tienen que convertirse en convencimiento de que, si algo ya no funcionaba, no deberíamos repetir los fallos del pasado y cambiar lo que ya sabemos que no funciona. Sería muy interesante poder escuchar la voz de nuestros dirigentes políticos para ver cómo afrontan la gestión de esa situación sin precedentes, cuales son sus ideas y propuestas. ¿Cuál es el programa?
Ante tal incertidumbre y necesidad de cambios en profundidad, me ha llamado la atención el debate, en ocasiones el silencio, en torno a la reapertura de museos, aspectos de la desescalada que afectan al sistema del arte. Lo poco que hemos conocido gira, básicamente, en torno a un par de temas. Por un lado, los cambios logísticos, prácticos y estructurales necesarios como consecuencia de la pandemia provocada por el Covid-19. Por otro lado, las pérdidas económicas producidas durante el cierre y la previsible caída de público, generalmente de turistas. La reflexión en cuanto al cambio de modelo es prácticamente inapreciable y se produce ante la indefinición de la administración, la indeterminación de la clase política y un exiguo apoyo político. Resuelta la logística de higiene y seguridad del museo, parece que el problema que más preocupa a muchos es el económico. Si es así, cómo es que se va a proceder a la reapertura sin resolver un problema tan importante. ¿Asumirán las distintas administraciones íntegramente la caída de caja de todas las infraestructuras culturales de la ciudad? Por ejemplo, los 10 millones de euros de presupuesto del Picasso, los 11,4 millones de euros del Macba… Es toda una incógnita. Durante los años duros de los recortes diferentes dirigentes de infraestructuras culturales de este país fueron convenciendo a la clase política que era posible asumir la misma capacidad de programación y mantener el mismo espacio expositivo con muchos menos dinero, incluso sin financiación pública para actividades. “Haremos más con menos”, esto se lo oímos a algún que otro director. Esto se hizo por varias vías, estrangulando a proveedores, trabajadores y artistas, e implementando un sistema de autofinanciación perverso que ahora se vuelve en su contra. ¿Es el museo un servicio público? ¿Tendrían que asumir las administraciones el coste de abrir las puertas como pasa con los hospitales, el sistema educativo…? ¿Qué clase de instituciones necesitamos? Preguntas en el aire que dejan un vacío y cuestionan esta reapertura sin compromisos adquiridos por ninguna parte. Es hora de evaluar el compromiso político con la Cultura. Pero también de plantearse si vale la pena reconstruir un sistema que no nos satisface, si esos millones pueden utilizarse de forma más eficiente y si las infraestructuras que utilizamos son necesarias en este cambio radical de contexto.
Reinventar el modelo, ¿qué modelo?
El único modelo identificable aquí está afectado de una u otra forma por el turismo. El crecimiento turístico de los últimos años había transformado zonas como La Barceloneta, Las Ramblas, Gòtic, Ciutat Vella, los alrededores de la Sagrada Familia y el Parc Güell. Esa transformación se hizo evidente en la sustitución del tejido comercial de barrio por tiendas de suvenir, bares y restaurantes turísticos. La subida del precio de la vivienda debido a la inversión extranjera y a la incorporación de viviendas para uso turístico había convulsionado la vida de los barrios. Las molestias generadas a los habitantes por esta especulación desatada unidas a efectos de gentrificación, ruidos, tráfico, contaminación y el comportamiento de algunos turistas provocó continuos desplazamientos de población creando una gran desafección ciudadana, despersonalización y pérdida de tejido social. El Macba, el CCCB, la UB o la Blanquerna cayeron en el Raval como fuerzas paracaidistas de un ejercito extranjero, ahí siguen atrincheradas, sin avanzar en el barrio. La masificación turística emergió como segundo problema de Barcelona en las recientes encuestas del ayuntamiento “¡Hasta los turistas comienzan a estar hartos del turismo!” Uno de cada tres extranjeros (34%) que viven en la ciudad afirman que Barcelona tiene un turismo masivo “que no les gusta”. Un problema de sostenibilidad del turismo y de calidad de vida de los ciudadanos, el 59,9 % de los vecinos piensa que Barcelona ha llegado al límite de su capacidad.
El sector turístico ha sido uno de los ámbitos de crecimiento económico directo más importante heredados de la Barcelona Olímpica del 92, y ha sido uno de los pilares del “modelo Barcelona”, y de la economía barcelonesa y catalana. Los Juegos Olímpicos, principal ejemplo de gran evento moderno, fue uno de los motores de aceleración de los procesos globalizadores que caracterizaron el fin del siglo XX. Barcelona experimentó una notable evolución turística desde entonces, acercándose en 2019 al colapso turístico con más de 12 millones de visitantes al año, entre turistas de vacaciones y de negocios. Es una de las ciudades más visitada de Europa y el puerto líder en cruceros del continente y del Mediterráneo. El turismo genera el 12% del PIB y el 14 % de la ocupación en Cataluña: “No hay ningún otro sector industrial que aporte esto”. El 83,1 % de los ciudadanos consideran que el turismo es beneficioso, y tres de cada cuatro barceloneses lo menciona como el sector económico que aporta más riqueza. La riqueza que produce el turismo en Barcelona hizo que la ciudad se redefiniera hasta convertirse en el nido perfecto para esa gallina de los huevos de oro.
Los cinco aspectos mejor valorados de Barcelona por los turistas son la arquitectura (9,26), la cultura (8,91), el entretenimiento (8,61), el transporte público (8,51) y el carácter y la amabilidad de la gente (8,47). Gran parte de los equipamientos públicos de la ciudad se concibieron como una maquina de producción de actividades culturales realizadas ex profeso para satisfacer la demanda de la industria cultural y de ocio de una ciudad que apostó claramente por un modelo extractivo basado en el turismo, el ocio, la industria de servicios y la especulación inmobiliaria. Pero su tejido cultural siempre fue endeble, basado en grandes acontecimientos, festivales y eventos puntuales. Históricamente la ciudad de Barcelona careció de infraestructura pública destinada al arte contemporáneo, ni los políticos de la ciudad, ni tampoco la burguesía se preocupó de ello, extraordinariamente el Comité Olímpico Internacional permitió, por primera vez, organizar unos JJOO con apenas infraestructura cultural y sin museo de arte contemporáneo. Gran parte de los equipamientos culturales de la ciudad son una iniciativa de la sociedad civil. Museos municipales como el Picasso son iniciativa del propio artista que, en 1960, y por voluntad expresa del propio Picasso, su amigo y secretario personal, Jaume Sabartés, propuso al Ayuntamiento de Barcelona la creación de un museo dedicado a su obra. El 8 de mayo de 1970 se firmó la donación de Pablo Picasso a la ciudad de las obras que estaban en el piso de paseo de Gràcia de su familia: 236 óleos, 1.149 dibujos, 17 carnés de dibujo, 4 libros de texto con dibujos y 40 obras de artistas amigos suyos. Cuando muere Jaume Sabartés. En homenaje al amigo fallecido, Picasso dona el Retrato azul de Sabartés (1901) y las 58 telas que componen la serie Las Meninas (1957), que conforman el grueso de la colección. Además, Picasso se compromete a donar al museo un grabado de todos los que dedique, en el futuro, a su amigo. El próximo viernes 8 de mayo se cumplirán50 añosde la firma del acta notarial que formalizaba esta donación. Pero son pocos los barceloneses que conocen esta historia, que sepan o entiendan que este museo y esas obras en realidad les pertenece, nadie se lo ha contado. Tal vez eso explica, en parte, que los barceloneses siempre dieran la espalda a los museos de su ciudad, tanto a las colecciones permanentes, a las exposiciones temporales y a las actividades programadas por todos ellos. Los barceloneses, se decía, “no van ni gratis a sus museos”. En museos como el Macba apenas llegan a sumar un 15% del total de los visitantes. El público extranjero, representa un total del 73% de visitantes. Los visitantes venidos del resto de Cataluña apenas llegan al 6%, la mayoría de la provincia de Barcelona, seguidos de los de Girona. En museos como el Picasso los visitantes extranjeros llegan hasta el 90% y en la Fundación Joan Miró al 81%. Pero ojo a la paradoja, de 12 millones de turistas extranjeros solo el 7,1% visitó nuestro museo más visitado, el Museo Picasso. El Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) lo visitaron poco más del 4,2% de visitantes extranjeros, y el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (Macba), el 1,6% del total. El Louvre, en Paris, lo visitan el 21% de extranjeros que visitan la ciudad, cifras similares o superiores pueden verse en otros museos como en el Prado o el Reina Sofía, si bien en el Reina Sofía la mitad de sus visitantes son nacionales o residentes en España. Barcelona nunca formó parte del “boom de los museos”, sus colecciones no pueden competir con las de París, Madrid o Londres, su baja inversión en producción y generación de patrimonio artístico esta acorde a sus resultados. Este cúmulo de paradojas deja al sector en una autentica insignificancia e indefinición, no se trabaja ni para el publico local ni para el turista. Vamos a tener que poner en valor el compromiso de esta ciudad con la cultura y las artes. Para reinventar algo hay que poner en cuestión el modelo anterior y lo cierto es que el sistema de las artes apenas encajó en la industria de ocio, tampoco se entiende como valor añadido al desarrollo turístico de la ciudad, más allá de la excepción del Picasso –primer museo de la ciudad y en el gran dinamizador del barrio de la Ribera–. Gran parte de la infraestructura de las artes no conectó con el modelo de grandes eventos puntuales, tipo festival, bienal de pensamiento o “qué noche la de aquel día”, de gran eficacia promocional, fuerte impacto mediático y público masivo, que hoy necesita también “reinventarse”. La baja cotización en el escaparate propagandístico de partido o institución política, sitúa al sector artístico en muy mala posición para negociar remanentes en la desescalada del “modelo Barcelona”. Lo cierto es que no hay plan estratégico ni político que seguir. La cuestión es cómo y a dónde vamos. Está claro que el modelo de producción cultural basado en los resultados inmediatos, y no en los procesos, las personas o la educación, está agotado desde hace tiempo. El tempo de la cultura nada tiene que ver con el de la política o la economía, es básicamente lento como el de los procesos sociales. En el fondo todo es cuestión de planificación, organización, prioridades y trabajo colectivo. Si queremos subvertir el modelo de escaparte, si no queremos estar sujetos al éxito y a la pericia personal de algunos proyectos fortuitos o puntuales, si queremos alejarnos de la precarización del trabajo voluntario, tendremos que remar fuerte contra la ola a la vez que damos un fuerte golpe de timón. Debemos corregir estas deficiencias y construir una institución más vertebrada y plural; con unos sistemas de gestión, de control y de evaluación transparentes, democráticos y de calidad; con un trabajo reconocido institucional y socialmente. Necesitamos una nueva institucionalidad e infraestructuras culturales abiertas y próximas en las que los ciudadanos encuentren un espacio de representación pública, de formación permanente y un verdadero instrumento de emancipación. La práctica artística está en permanente estado de alarma, en perturbadora emergencia que obliga a reinventarse continuamente. Cada generación ha de hacer frente a sus retos, el nuestro es monumental. Los retos son importantes y la práctica artística deberá estar ahí creando un espacio radical de libertad y resistencia que genere una necesaria capacidad crítica en el público y la sociedad. No hay que pedir nada extraordinario ni prioritario, pero debemos tener en cuenta que, si las estructuras en el sector de la cultura desaparecen o colapsan del todo, y en estos momentos, no será fácil reconstruirlas. Ello tendría un impacto inimaginable en la diversidad de nuestro paisaje cultural en términos de perdida de un valioso capital simbólico, profundamente vital, crítico y fundamental para nuestra formación personal y como ciudadanos. El sistema del arte, tal y como lo hemos conocido, está colapsando ante nuestros ojos. En el mundo del arte, la cultura en general, tendremos que redefinir muchos de los roles actuales, rediseñar o cambiar radicalmente gran parte de la infraestructura, consolidar procesos colectivos e inventar nuevas metodologías de trabajo para producir, crear, transferir, generar patrimonio y procesos culturales en condición de dignidad.
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